miércoles, 15 de diciembre de 2010

¡A BELEN PASTORES!

Desde que allá por 1223 San Francisco de Asís celebrara la Eucaristía en una cueva del pueblo italiano de Greccio, provincia de Rieti, con una representación viviente del portal de Belén, esta palabra se convirtió en sinónima de la Natividad o Nacimiento del Niño Jesús. La costumbre de montar un belén con figuras de barro pronto traspasó las fronteras italianas, llegando a España de la mano del rey Carlos III, que había hecho del nacimiento una institución nacional en Italia mientras ocupó el trono de Nápoles. Fue la Orden Franciscana la que se encargó de extender esa costumbre por toda España.

El Niño Jesús nació en Belén, una aldea cercana a Jerusalén, y aunque parezca que el nacimiento se produjo casualmente allí a causa del edicto de empadronamiento del Emperador Octavio Augusto que obligó a José y a María a desplazarse desde Nazaret, siglos antes el profeta Miqueas había profetizado que el esperado Mesías nacería en ese pueblo.

“Y tú, Belén, Efrata,
la más pequeña entre las familias de Judá,
de ti saldrá el que ha de reinar en Israel…”

El profeta da a Efrata el sentido etimológico de “fecunda” por su relación con el Nacimiento del Mesías. Belén estaba predestinada a ser la cuna del Señor.

Para muchos contemplar un belén es regresar a una infancia de disfrute e ilusión. Una ilusión hecha de figuritas de barro que dan vida al milagro de la Navidad. Ahí se ve, en primer término, el elemento principal que es el establo, llamado portal, con las figuras centrales del NACIMIENTO. Junto a la VIRGEN MARÍA y SAN JOSÉ está el NIÑO envuelto en pañales. Cerca de ellos se encuentran el buey y la mula. A un lado está el pesebre hecho de adobe.

Un elemento que no pasa desapercibido es la Estrella que guió a los Reyes Magos hasta el portal para ofrecer al Niño sus dones: oro, incienso y mirra. Esta escena está tradicionalmente unida a la Navidad aunque no se corresponde fielmente con el momento histórico de Belén.

Otras figuras representan oficios de la época como la del herrero, uno de los más importantes, porque confeccionaba las herramientas de todos los demás: herraduras, instrumentos de labranza y de carpintería. Solía tener un aprendiz para mantener siempre vivo con un fuelle el fuego de la fragua y ayudar en las tareas más sencillas. Otra es el alfarero, que era muy respetado socialmente por la utilidad de sus productos en la vida diaria: cántaros, ánforas, vasos, alcuzas o lebrillos. El hornero amasando pan, el labriego y sus bueyes se ven más allá.

La escena del lavadero era una de las más cotidianas de la vida de aquel tiempo, donde las mujeres de Israel lavaban la ropa en sus casas con barreños, o bien en charcas, dada la escasez de agua. Parece que en Belén existía un lavadero al que acudían las mujeres.

Más alejado de todo se ve al pérfido Herodes en su Palacio escoltado por dos palmeras y sus consejeros, quien temeroso de perder su reino ordena la matanza de los inocentes.

Un belén se añora cada año porque es un claro testimonio del misterio de un Dios hecho carne. Un Dios nada lejano ni distante que se ofrece con sencillez de Niño en un humilde pesebre repleto de amor y misericordia.

¡A Belén pastores! Los ángeles anunciaron la Buena Nueva a unos pastores acampados al raso que velaban sus rebaños en una fértil llanura. Gente sencilla que acudieron sin saber muy bien lo que pasaba. Vieron una mujer joven con un hombre joven embobados con un Niño que dormitaba profundamente. Ellos miraban sonrientes mientras los ángeles entonaban el Gloria.