En tu última carta, -se notaba
que la escribiste de prisa-, me preguntas sobre la renuncia del Papa y qué opinaba.
Mis cortas luces no dan para opinar sobre algo tan primordial de una persona
tan relevante que lo ha debido meditar a fondo en presencia de Dios, y los
designios de Dios son inescrutables, como sabes. Me coges a pocas horas de que se elija el sucesor de
Benedicto XVI en el Cónclave que acaba de empezar y, aunque no pierdo ripio,
me voy a enrollar un poco.
Me he dado cuenta de que no hay nada en el mundo que
suscite un interés comparable. Dicen que
hay más de 5.000 periodistas cercando la Capilla Sixtina, lo que evidencia la
importancia que tiene la fe católica en
la vida del hombre y, aunque a algunos les importe un pepino, no pierden
detalle del ceremonial que se repite siglo tras siglo. El Cónclave es un rito, tal
vez anticuado pero eficaz, donde los “ancianos del lugar” deciden un “líder” (uso
este palabro a sabiendas de lo poco que me gusta), o mejor dicho, un guía
espiritual para millones de personas que creen, no en el invento llamado partícula
de Dios, sino en Dios entero y verdadero. Y ¡fíjate!, cuando “los ancianos del
lugar” lo tienen elegido, en lugar de una conexión ultrarrápida y supermoderna,
usan una humareda para anunciarlo, como los indios de las películas.
Así es la Iglesia, y así ha sobrevivido a revoluciones, a
ideologías, o a filosofías de diverso pelaje, durante más de veinte siglos manteniendo
rutinas ancestrales alejadas del ruido de la calle. Será porque el Espíritu
Santo, del que tantas burlas hacen estos días, está presente en su propia esencia,
y el Espíritu Santo, algo más anciano que los reunidos, va a lo suyo.
Como digo, en pocas horas habrá nuevo Papa. Cuando salió
Benedicto XVI se decía que había sucedido a un coloso. Veremos la de frases que
se dicen de su sucesor: habrá para todos los gustos. Me imagino que prensa, radio
y televisión tendrán predeterminado un titular, o tal vez dos, acorde con su
particular ideología, para lanzarlo a los cuatro vientos acicalado con juicios
de valor sobre la personalidad del elegido, al que muy pocos conocerán. Muchos serán
falsos o faltos de fundamento como se ha visto con el Papa Emérito Benedicto
XVI que los vaticinios más falaces que se lanzaron sobre él, han resultado
errados.
No sigo porque voy a ver de qué color es la próxima humareda.