domingo, 21 de diciembre de 2014

Carta a Robledillo 21 de diciembre de 2014

Estimado Robledillo:

Va para dos meses que el amigo Antonio, el menor de los Ramblas, apostillaba con gran tino y sapiencia sobre el párrafo del artículo de Ana de la Maza que te copié en mi carta anterior,  titulado “El regalo de la vida”, que dice “En estos tiempos de soberbia, aliada a la falta de amor en que se ha instalado nuestra sociedad, se está permitiendo poner en peligro el concepto de familia. Los hijos, que siempre han sido hijos del Amor, con esta falta de Amor se eliminan, y asunto resuelto”. A Antonio, el menor de los Ramblas, que le repugna el aborto, este párrafo le estremece y se subleva: “La postura de los políticos ante el tema, nada de extraño tiene. El ser así lo llevan en su adeene, algo que se ha agudizado en los últimos tiempos; gente mediocre y ramplona, que toma las decisiones a golpe de encuesta –que suele fluctuar, por otra parte, más que el péndulo de un reloj de pared–. Pero estos señores, que no confunden la ética con la estética –pues son para ellos dos conceptos exóticos– no se andan con muchas cavilaciones, y si hoy piensan que una postura les va a dar catorce votos más…, ¿qué quieres que te diga?..., “la duda ofende”. Antonio acierta de pleno con este corolario.

Esos políticos, a los que se refiere Antonio, el menor de los Ramblas, son los que cuando llega la Navidad hablan de “fiestas de invierno”, ocultando adrede que la Navidad es la cuna de la Vida, para conseguir –o así lo creen- catorce votos más de los ignorantes que se arriman a esas bobadas extasiados bajo un cielo artificial de miles de watios colgados de las calles que trata de esconder la revolución que supuso el nacimiento de Jesús, que ocurrió, como sabes, en un sitio pobre en contraste con la ostentación de consumo, de gasto y hasta de lujo que se lleva en los tiempos actuales.  

Para los que nos gustaban –y nos siguen gustando- el mazapán, el mantecado casero y una copita de anís, aun disfrutamos el regusto de la Navidad familiar. Primero con nuestros padres, luego con nuestras novias, después con los hijos y ahora con los nietos. Aunque desmejorada respecto a otros tiempos, en la Nochebuena la condición humana sigue sintiéndose sacudida por un Misterio que solo puede venir de un cielo más alto que las estrellas. Un Misterio que la Misa de Gallo en la Iglesia más cercana nos ayuda a celebrar como la Mejor Noticia.

¡Vaya! que me he puesto solemne o como le dijo una vecina a mi tía al verla acomodada pomposamente en su sillón: “¡Hija, estas reverenda!”. Solemne o no, el caso es que celebrar la Navidad sin mencionar lo que se conmemora, su porqué, su cómo o su cuándo, es un absurdo, por no decir un disparate que roza la sinrazón. 

Cuídate estos días, toma mantecados hechos con aceite de oliva, y enseña a tus nietos (si se dejan) que la Navidad es la fiesta de un cumpleaños de un Niño que no tuvo ni un juguete.         

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Carta a Robledillo 5 de noviembre de 2014

Estimado Robledillo:

Hace ya dos semanas que viajé a la Gran Capital y vas a perdonar que nada te haya dicho hasta hoy por mor de una leve indisposición visual, ya arreglada por el Oftalmólogo mutando una catarata en un arroyuelo de aguas cristalinas. Hay que ver la vista que quita una nubecilla.

Como adivino tu pregunta de qué se me había perdido en la Gran Capital, te confieso que no fui para irme de picos pardos, sino para disfrutar de la grata compañía de unos amigos fetén, “vaguadistas” de pro, de quienes te hablé cuando el 30 aniversario celebrado el 2013 al que falté como sabes. Prometí entonces que este año no quedaría como un insurrecto ante los admirables colegas, así que el día 21 del mes pasado tomé las de Villadiego, vulgo AVE, y me fui a compartir con ellos charletas, puestas a punto, recuerdos, y arrobas de buen humor.

Tuvieron la galanura de consensuar (qué verbo más manido) su agenda con la mía,- que es del tamaño de un post-it amarillo- lo que es de agradecer para un provinciano full time (perenne para que me entiendas) alejado de la meseta, que tu sabes que en provincias somos más de pausa que de prisa y cuesta un bolo arrancar. (Me está pareciendo que no sé si vas a entender lo que te digo porque escribo como un ejecutivo con tarjeta de presentación, pero voy a seguir así porque, si no me entiendes te aguantas, deja de leer tanto el Marca y a ver si sales más del pueblo y se te pega algo de ese lenguaje top-ten de palabros tan fisnos, para estar a la moda.)

El día de marras como digo, tomé un tren AVE que puso ruedas en polvorosa a las primeras de cambio. Con la misma celeridad, las mesitas de cada asiento se convirtieron en oficinas errantes llenas de portátiles, Smartphones y fauna similar, y me dije, ¿estarán estos ejecutivos  amortizando el precio del billete para justificarse ante el jefe? En esto, una mocica tableta en mano encuestaba a algunos viajeros. Eligió a mi vecino de asiento pero, tan quedo habló, que no capté ni preguntas ni respuestas. Esperé mi turno con la ilusión de salir en el CIS, pero ¡oh desengaño!, la chica me miró, pasó de largo, y caí en la cuenta de ¡era solo para ejecutivos in y no off como yo!

El Comendador de la cita nos recomendó estar a las 9 y media de la noche en el restaurante La Parra para cenar. El nombre del restaurante me recordó al Cobija, el amigo que encontré este verano cobijado a la sombra de una parra que por poco me cuenta que hasta tuvo antepasados en el arca de Noé, de tanto como se remontó hablando. A ver, ¿por dónde iba?. 

Ah, sigo. Casi con puntualidad de mesié Solal, (un mesié desconocido para ti) los “vaguadistas” fuimos llegando a La Parra repartiendo abrazos, besos y algún arrumaco bien intencionado. Ninguno osó soltar un “qué bien te conservas, o qué bien te veo”, ante la clara evidencia del aspecto inmejorable que mostrábamos que, salvo error inapreciable u omisión, el que no se consuela, es porque… arrieros somos, que así trabucas este refrán, cada vez que se te suelta la lengua cuando corre el vino y la panceta en el Bar Pepe.   

Toma nota del nombre de los perseverantes. Empiezo con la dama Isabel de Heredia, y sigo con José Luis Heras y su hermano Ignacio, el menor de los Heras; Arcadio Gil, Javier Martín Martinez, Luis Sanchez, Fernando Valero y el único que conoces, un servidor; total un número, ocho, que, calculadora en mano, hace el 10% de los 80 de los 80, escaso porcentaje imputable tal vez (Ozú que palabreja me ha salido, quita, quita) a los efectos de la recesión. Echamos de menos a otros habituales: José Luis Domínguez; Javier Sánchez y Félix Sánchez, que faltaron por alguna causa, y a Belén Juste, José Angel Rodrigo o Joaquín Silvela que, allá ellos, no saben lo que se pierden. No apareció Artola, el socio inseparable de Fernando Valero, ocupado quizá en resolver alguna ecuación de segundo grado, si es que sabe.

Prometimos no hablar de La Vaguada, promesa que duró menos de lo que tarda Cristiano en meter un gol. Así que cuando se abrió la veda confesé mi pecado de no haberla pisado hace años, que dicen las lenguas de doble filo que ha cambiado de look y está desconocida, seguro por obra de algún malaje y desabrido empeñado en eliminar de nuestros currículos el copyright “La Vaguada es nuestra”, pero harto difícil lo va a tener porque aunque a la mona la vistan con escayola de todo a cien, siempre será mona nuestra y bien nuestra, como nuestra es la bien ponderada amistad que nos une a los colegas, que ya quedó grabada a martillo y cincel en unos años de nuestras vidas.

En la mesa redonda de la cena de los siete caballeros, -sin rey Arturo-, y la gran dama Isabel, cundió el vino, las confidencias, las croquetas, las anécdotas, el solomillo, las fotos, etc. mientras se nos iba poniendo cara de un contento con mayúsculas, en un rato que se pasó en un pis-pas, o para que me entiendas en un santiamén. ¡Qué rato más corto, joé!

Antes de la pesadumbre de la despedida alguien sugirió un poco a voleo que para el año próximo aparcáramos la cena en la Gran Capital y volásemos al Mediterráneo para beneficiarnos unos espetos de sardinas, unos boquerones al limón y un pescaito a la sal, allá por septiembre. Dicho y anotado quedó para que cuando se esté acercando el 32 aniversario, avisemos al cenachero que vaya acopiando la pesca y refrescando el vino blanco, y al espetero que avive el fuego de leña que nosotros llegaremos cargados de fuego amigo.

Si de aquí a la próxima me acuerdo de algún otro pormenor de la velada, te prometo no dejarlo en el teclado. Mientras llega la ocasión sírvete un abrazo con panceta a mi costa. 

 

domingo, 12 de octubre de 2014

Carta a Robledillo 12 de octubre de 2014

Estimado Robledillo:

Hoy voy de copión que es como llamábamos a los que copiaban el examen del vecino del pupitre que, por no dar golpe, no se sabían la lección. Te digo esto porque voy a copiarte unos párrafos escritos por Ana de la Haza, una Defensora de la Vida, que con el título “El regalo de la vida”, he leído en una revista dominical.  

Merecen la pena porque vienen a cuento de la torpeza del Gobierno sobre el asunto del aborto que le van a llevar a una situación de riesgo político, además de que su presidente no se ha aplicado lo que dice el Proverbio: “Aleja de mi la falsedad y la mentira”. El escrito dice así:

«Todos nos hemos preguntado alguna vez por qué estamos aquí, para qué estamos aquí y a quién debemos nuestra presencia en este planeta azul creado para la vida.

Nadie pueda dar a priori una respuesta fácil o acertada. Más allá de la configuración genética de todos los seres vivos y su colaboración natural a la multiplicación de las especies, todos llegamos a la vida con una misión, un bagaje único para cada uno de nosotros. Digamos que parecemos iguales, pero realmente todos y cada uno de nosotros somos diferentes al otro.

Esto me lleva a que el “Gran Alfarero” de la naturaleza nunca tiene que reproducir sus modelos porque su sabiduría es infinita. Igualmente el “Gran Alfarero” ha tenido la generosidad de dotarnos de inteligencia a fin de que disfrutemos de todos los bienes que ha puesto a nuestra disposición, para que los mejoremos y los repartamos adecuadamente.

Puede parecer un planteamiento simplista, da la sensación de ser color de rosa, pero el “Alfarero”, al hacernos inteligentes, también nos ha hecho libres. Producto de estos bienes ha surgido nuestro “yo” más íntimo, nuestra conciencia, resultado final de este soplo de vida primario, cuando quiso que nos pareciéramos a Él.

Mucho ha llovido desde la aparición del hombre en la tierra y mucha ha sido su evolución. Parece demasiado lejana la era de los primeros que poblaron el mundo pero, si se analiza con sosiego, hay muchas connotaciones que nos dicen que el regalo que se nos dio, la propia inteligencia, ha ido desfigurando el bien que el Supremo Hacedor quiso hacernos. Hemos tomado el regalo pensando que podemos hacer como Él. Acaba de nacer la soberbia en el hombre.

Con ella, abrazado a ella, viviendo con ella, desde el principio de los tiempos, el hombre, que fue una creación beneficiada de Dios, cambia la belleza de su conciencia por algo tan horrible como la soberbia, causa de grandes guerras y desgracias. Hoy, hasta se atreve a enmendar la plana a Dios, planificando la vida, dejando al libre albedrío incluso la posibilidad de impedir el nacimiento de seres ya gestados.

Qué duda cabe, la vida de un nonato es tan importante como la de cualquiera de nosotros. No puedo entender cómo se atenta contra algo tan sagrado como la vida de un ser que, además, no se puede defender.

En estos tiempos de soberbia, aliada a la falta de amor en que se ha instalado nuestra sociedad, se está permitiendo poner en peligro el concepto familia. Los hijos, que siempre han sido hijos del Amor, con esta falta de Amor se eliminan, y asunto resuelto.»

Ya me dirás qué te parece, si es que tienes algo de decir.

sábado, 12 de julio de 2014

Carta a Robledillo 12 de julio de 2014

Estimado Robledillo:

Después de dos meses que no te escribo, hoy me he levantado con ganas de hacer repaso como si estuviera en la escuela, porque hay que ver la de noticias que nos han llovido. En mayo las elecciones al Parlamento Europeo, luego la abdicación del rey Juan Carlos, ahora la muerte de Di Stefano, y si de futbol hablamos, la “caída el imperio del tiqui taca” de nuestra selección en el mundial de Brasil.

Verías que las elecciones europeas parieron un nuevo Moisés que ha prometido un gran maná a base de pan con chorizo, si es que hay, para todos (…y todas, que no se me olvide). Su nombre no es Moisés, sino Pablo, e Iglesias de apellido, aunque la iglesia de su pueblo no sabe dónde cae, según tengo oído. Es un nuevo “castizo”, quiero decir de la casta política, al que pagaremos manutención, dietas y demás por el ímprobo esfuerzo que va a hacer. Dicen las lenguas de doble filo que va a formar dúo con uno de Psoe, un tal Madina, para contar chistes y repartir democráticamente la sin par gracia que no les cabe en el cuerpo. Vamos que van a ser la alegría del  pueblo. ¿Un nuevo Dúo Sacapuntas? ¡Ozú que susto!  

Luego vino la abdicación del rey Juan Carlos que me pilló tomando café en uno de esos bares que tienen la tele expuesta como animal de compañía. Ahí me enteré. Cuando la proclamación del rey Felipe me dije: Con este ya son tres Jefes de Estado los que he conocido, igual que tú. El primero el “anterior” Jefe del Estado, como llaman a Franco los que les da alferecía nombrarlo como si no hubiese existido, ¡que chaladura!, y luego los dos reyes, Juan Carlos y Felipe. Si echamos cuenta de los Jefes de Gobierno me salen ocho contado Rajoy. En setenta y cinco años no son tantos, no sé lo que te parecerá a ti.  

Lo último ha sido la muerte de Di Stefano, otro de nuestras mocedades a quien vi por primera vez en Chamartín en 1957 en un partido del Real Madrid contra el Atlético de Madrid. Había  ido con mi padre a matricularme en la Escuela de Ingenieros que está cerca del estadio, y le hice el compromiso de ir al futbol, aunque no era aficionado. Aquel domingo a las cuatro de la tarde sacó entradas para el tercer anfiteatro, el más arriba del todo, y vimos el partido a vista de pájaro. Mi padre se esforzó en subir a lo alto. Me impresionó tanta gente. No recuerdo quien ganó, pero salí contento de haber visto a Di Stefano, Rial, Gento y compañía. Este gran futbolista hizo que nos “hiciéramos del Madrid” porque hasta entonces nuestro favorito era el Atlético de Bilbao de Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza. Mucho después, una tarde de domingo entré con mi mujer y mis hijos a una cafetería cerca del estadio y allí estaba Gento ya algo mayor. Le presenté a mis hijos y recuerdo que dijo “Los chicos de hoy son más altos”.    

Ahora vamos con cosas de andar por casa. Sabes que de un tiempo para acá a los setentones nos ha dado por juntarnos al cabo de 50 años con los de nuestra época para vernos las caras. El encuentro tiene el momento del “¿Quién es quién?”, que da paso a un pasmo colectivo al ir reconociendo a los demás y a uno mismo. Vistas las trazas de los otros, uno se cree que tiene el elixir de la segunda juventud, hasta que la vejiga da un aviso y hay que tomar puerta al mingitorio próximo, en cuyo espejo uno se ve tan fané y descangallado como los otros. Más o menos así pasó hace un par de semanas cuando se juntaron los de la generación, ellos y ellas, menores en dos años que la mía. Se hacen llamar “Los nevaos”, por el pelo canoso. Allí estuvo  mi hermano y su esposa. Llevaron fotos de los años 60 en blanco y negro para recordar cómo eran. Las he visto junto a las que retrataron el momento actual, ya en color.

Las fotos antiguas de esa pandilla las hay de chicas y chicos juntos, y otras solo de chicas o chicos, todos vestidos al uso de la época. Ellos con traje, corbata y zapatos, y ellas con falda a la altura de la rodilla. Un chico lleva corbata negra y un brazalete negro en la manga izquierda de la chaqueta en señal de luto, signos ahora en desuso. En las fotos actuales los hombres se ven de pantalón y suéter, mientras en las mujeres, mejor conservadas que los hombres, predomina la falda aunque hay alguna con pantalón. La diferencia es notable, no solo por el tiempo pasado, sino por las formas y las costumbres tan distintas de las de entonces. Ahora que ya hace calor, el uniforme masculino es pantalón corto y chancletas, y el femenino un taparrabos y las tiras del sostén al aire, de momento. Todo sea por el “pogreso” que dice otro.

Dentro de unos días me marcharé al campo familiar. Si puedo me acercaré a verte algún día para hacer los ejercicios contigo con un plato de panceta y unos vasos de vino del país.

 

miércoles, 14 de mayo de 2014

Carta a Robledillo 14 de mayo de 2014

Estimado Robledillo:

Con más retraso del que acostumbras, me respondes sorprendido de no haber recibido la carta en que te pedía alivio para mi irritación por no poder ir al 30 aniversario de la Vaguada al coincidir con la boda de un sobrino.

Todo tiene su explicación. La carta, que a lo mejor iba sin sello, cayó por arte de birlibirloque en manos de un señor fino de galanura, -virtud hoy devaluada- que me ha escrito confesando su regomello por haber invadido sin querer nuestra intimidad, pues la carta, asegura, le llegó violada cual moza virtuosa, que las de ahora son harina de otro costal. El hombre recaba perdón y por mi parte ya lo tiene, en cuantía de siete veces y no setenta como mandó nuestro Señor Jesucristo, que Él es santo de nacimiento y uno es pecador de cuna.

El señor se firma “Antonio, el menor del Ramblas”, dejando al albur de mis entendederas si “menor” es por ser el benjamín familiar, o es apellido venido a menos, y por eso la minúscula. Yo teorizo que será un nominativo corriente allá donde pose sus reales, pero hasta más conocimiento y confianza tiro por la calle de enmedio y le llamaré “Antonio M. Ramblas”, como Dios manda, so riesgo de caer en igual sofoco de aquel viajante de antaño que llegó al pueblo preguntando al del fielato que dónde vivía Don Caldo de Patatas, cosa que dejó al consumero cavilando, hasta que cayó en la cuenta que se refería a “Cardo papas”, el mote del paisano buscado.

Tengo para mí que el mentado señor es persona leída por su aprecio en la prosa que utiliza, ajena a la verborrea infestada de anglicismos tan en boga, que hasta la Real Academia de la Lengua, -la de “fija y da esplendor” de antes- admite sin freno barbarismos importados por cultiparlantes de chichinabo, que van a dejar al rico castellano, o español, más “escuchimizao” que la raspa de una sardina arenque.

Pero no hace falta ser “anglicismemo” para soltar frases de locutor remendón. Mira qué ejemplo más sabroso oído a un futbolero endomingado: Encomió la “gobernanza” del entrenador de un equipo con el “argumentario” de que el tikitaka es una filosofía. ¡Qué exageración! y yo creído que no es más que un modo de jugar al futbol.

Por contra mi amiga Pilarín que, al cabo de los años, me ha visto en foto con los nietos, ha soltado en corto y por derecho un “Te veo bastante "pelao", siendo que los amigos más devotos dicen, “¡Oye!, ¿te está creciendo la frente?”. Pero Pilarín es de las de antes y el arrejuntarse un maromo y una moza es amancebamiento, cosa que las revistas del corazón disfrazan hablando de “relación”, que si es poco duradera llaman “romance” para disimular lo que es un vulgar ligue.

Como el susodicho “Antonio M. Ramblas” no se dejó el remite en el tintero, hace días le hice llegar mi perdón por su pecadillo, pues la indulgencia que reclama ya la tiene ganada por su celo en confesar su “golismeo”, y no quiero vivir con la pesadumbre de ser quien le escatime ganar el purgatorio.

Cuídate, paisano.

jueves, 1 de mayo de 2014

Carta a Robledillo 1 de mayo de 2014

Estimado Robledillo:

Aunque estoy esperando contestación tuya a mi anterior, me apresuro a contarte cómo han sido mis días de Semana Santa, no sea que te quejes si no te digo nada.

Empiezo por el final. Regresé del pueblo a la gran ciudad con tiempo para ir a la Vigilia Pascual al atardecer del sábado. Elegí una Iglesia recién restaurada y muy acogedora, con gente muy participativa en la celebración. Cuando hay varias Iglesias, como aquí, y cada una tiene un horario distinto, resulta que si en una el Señor ya ha resucitado, en la de tres calles más abajo, aún está en la sepultura. Es como la paradoja de la Semana Santa. ¿Te has fijado que se celebra la Pasión y Muerte del Señor, o sea lo triste, con gran boato de música y con mucha gente e imágenes, y por contra la Resurrección, que es alegría y con una liturgia muy rica, pasa desapercibida para la gran mayoría? ¿Tú no crees que es por falta de formación religiosa?

Me fui al pueblo el jueves Santo. Los días anteriores salí a ver alguna procesión en la gran ciudad, pero cada vez me atraen menos porque el bullicio se convierte en suplicio. Uno no está para muchas apreturas. Como en el pueblo es todo más recogido, disfruto más. El Jueves Santo me encontré en los Oficios con el páter Lucio, un joven sacerdote de color que ayuda al párroco. Es de Guinea y su homilía fue sencilla de exponer y densa de doctrina. Eché de menos a la gente joven, más proclive a ir en procesión que ir a la Iglesia.

Ya en la Cofradía me chocó la nueva moda importada de hablar de Titulares para referirse a las Imágenes, cuando en el pueblo siempre hemos dicho “los santos”, y de pequeños íbamos a ver salir a los santos, el primero San Juan con su dedo al frente. Lo recordaba Pepe Redondo en el Nazoreo de 2011, cuando escribió: “¡Santos a la calle!, -dijo el mayordomo- una orden que resonó por todos los rincones del pueblo que acudía a ver salir al Nazareno”.

Este año ha cumplido 100 años la Urna del Sepulcro, cuyo autor, el tallista Alfredo Fábrega “El Currillo”, fue hermano de la Cofradía entre 1914 y 1917. Fue dorada por Ángel Ibañez Rabasa, un murciano que falleció en Albox en 1940. También los infantiles han cumplido 25 años desde que en 1989 constituyeron el Paso Morado Infantil. Apenas ha habido un ligero recuerdo de ambas fechas, las dos merecedoras de una amplia mención. La Urna por su antigüedad y por ser parte del catafalco del Señor Yacente, un conjunto armónico y proporcionado difícil de superar; y los infantiles porque son la savia del futuro, y hay que estimularlos.

El Viernes Santo amaneció radiante. San Juan apareció lozano e impertérrito con su palma del Hosanna de aquel tiempo. No pasan los años por Él. Cuando conoció al Señor era un mozalbete barbilampiño y así sigue en su barrio, y no se deja ver por el resto del pueblo. ¡Una lástima! Pasada la hora nona, (ahora me pongo bíblico) salió la Virgen de la Angustias. ¡Qué estampa doliente más hermosa! Un rato antes en la Capilla de Santa María, ya sabes que la iglesia está en obras, habíamos adorado al Señor Crucificado. Ahora ya lo habían bajado de la Cruz.

Estaba cerca el crepúsculo vespertino cuando salió la procesión de la Cofradía, por un nuevo recorrido. Un itinerario bastante logrado. El Nazareno abrió las filas de una noche que todos queríamos que no acabara. Luego la Virgen María de la Redención que es la Alegría de la Casa. Un milagro hecho madera que hasta la luz de las estrellas se oscurece. Y detrás el Santo Sepulcro del Señor. Por lo que pude ver, este cortejo ha bajado un tanto su listón de solemnidad y no es bueno. Con todo estremecía la devoción y el fervor de siempre que desde mi puesto noté en la marea de gente que aguardaba su paso.
Me acomodaron tras el trono del Sepulcro junto a la Presidencia Oficial. Para otro año pediré la excedencia porque quiero apostarme en una esquina a mirar al Nazareno cara a cara; a sentir de cerca el embeleso de la Virgen y a rezar arrodillado cuando pase el Señor Yacente.

Al final la providencia nos concedió el momento más emocionante de la noche. Se cortó el aire, y se apagó la música dejando solo el sonido del silencio. Avanzó el Sepulcro hacia su encierro al paso del sordo redoble de un tambor, cuando las manecillas del reloj acercaban la medianoche. Ahí acabó la noche más esperada por los hermanos cofrades.
Permite que te lance un corto mensaje como despedida de esta carta. Que sepas que esas pocas horas que dan vida al Gran Misterio, sirven para recobrar fuerzas y seguir todo el año por esos caminos que Dios nos da. Apúntate algún día.

Por hoy aquí me quedo. No te olvides de mí.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Carta a Robledillo 5 de marzo 2014

Estimado Robledillo:

En la última carta que te escribí te hablaba de la boda de un sobrino pero, como te gustan mis andanzas, hoy te cuento mi último viaje, esta vez a Puente Genil que, sabrás, es un pueblo de Córdoba bien dotado económicamente.
 
Hace quince días cogí el portante y me fui a un Congreso de Cofradías de Jesús Nazareno que se celebraba allí. Como conoces mi querencia a todo lo que huela a marabullos y capirotes, no te extrañará, y más si se habla de Jesús Nazareno, que es mi patrón cofrade. Casi nada.

Fui en plan de cofrade raso, aunque llevaba colgada la medalla de mi cofradía para fardar. Cuando nombré el lugar de procedencia, al oírlo, alguien soltó “¡Ah, la Pequeñica!”. La exclamación me infló como un pavo real, y no disimulé un ligero orgullo. Me colgaron una tarjeta con el nombre para identificarme, pero en el aire quedó flotando La Pequeñica. ¡Bendita sea! Como allí no era lugar para Virgen, y que no me tomaran por intruso, aclaré que pertenecía a la Cofradía del Nazareno cargado con la Cruz de mi pueblo.
 
Como un congresista más, me acomodé en el teatro donde se desarrollaron las sesiones, cogí un folio y empecé a tomar notas sueltas con atención. Al cabo de un rato de oír a los ponentes disertar sobre la figura del Nazareno, de las diversas formas de representar los pasos de la Semana Santa, de cómo surgieron las procesiones, de lo que significa para el pueblo llano esa religiosidad, o de las costumbres de cada lugar, todo muy documentado, empecé a pensar en el déficit de cultura cofrade que tengo. Aprendí que la Semana Santa es algo más que llevar la túnica y el capirote el Viernes Santo. Fíjate que la víspera estuve tentado a no ir, lo que me hubiera perdido. Tú dirás que soy un vehemente empedernido de este tema, me llamarás “exagerao”, pero es que entre tú y yo hay una diferencia: Mi Semana Santa es el recuerdo de algo inaudito que pasó hace veintiún siglos, algo que cambió la historia; tu Semana Santa es más cómo suena la música, el arte de los tronos e imágenes, o el ambiente de la calle. A tu idea le falta enjundia, también a la mía, lo sé y lo reconozco. Me queda el buen sabor de que los dos creemos en la misma esencia.

El programa incluía la visita a iglesias sedes de las cofradías locales. En ellas nos explicaron su historia; admiramos las Imágenes de hermandades; cantó un coro de hombres; se rezó el Ángelus; y finalmente subimos al Santuario de Nuestro Padre Jesús Nazareno, que es el Patrón de Puente Genil y Alcalde Perpetuo. ¡Qué diferencia, entre este pueblo y el mío! Pensé en esa Imagen, Patrón y Alcalde Perpetuo de este pueblo, y en el mío, que no hay manera de tener una simple calle dedicada a Jesús Nazareno, y eso que el Ayuntamiento la aprobó hace años. El recorrido fue una lección de arte sacro bien aprovechado
 
La caminata abrió el apetito a más de uno. Sirvieron la comida en un gran local propiedad de la cofradía anfitriona, en cuyas paredes no cabía un alfiler con tantos cuadros de pinturas y fotos de sus recuerdos. En la mesa estuve rodeado de cofrades de diversos sitios de España, entre ellos un joven matrimonio de Cuenca. Las charlas giraron sobre tradiciones locales en Semana Santa. Yo hablé con el de Cuenca del vocabulario del pueblo: nombré las palabras marabullo y manola, algo que le era extraño: pero tomó nota. Él destacó la Música Religiosa en la Semana Santa conquense, conocida internacionalmente. El primer plato fue un cuenco de cocido con garbanzos y el segundo fue una carne de solomillo de cerdo, apto para mantener en forma el colesterol, como a ti te gusta. Si llega a ser Viernes Santo hubiéramos tenido que ir derechos al confesionario a rezar el Confiteor Deo y el Mea culpa.

Luego nos llevaron a una exposición de Arte Cofrade donde vimos enseres, túnicas, pinturas, fotografías, títulos, patentes, y otros bienes de la Hermandad del Nazareno. ¡Qué riqueza!
 
Aquella noche di muchas vueltas en la cama. Soñé con Nazarenos por todas partes, unos con mejor pinta que otros, no sé si por efectos del cocido o por lo mucho que lo mencionaron. El caso es que salí satisfecho por lo aprendido y por el buen recuerdo. 

En la próxima ocasión, si es que llego a tiempo, te avisaré por si quieres acompañarme, porque merece la pena y por si hay lugar a darle gusto a tu colesterol.

Cuando me contestes cuéntame cómo lleva tu nieto su primer noviazgo. Hasta otra.