lunes, 4 de abril de 2011

LECTURA DOMINICAL.

Se cumple en estos días el sexto aniversario de la muerte del Papa Juan Pablo II que, dicho sea de paso, será beatificado el 1 de mayo próximo, día de la Divina Misericordia.

Alguna prensa le dedica artículos como el del periodista Ángel Gómez Fuentes, acreditado en Roma del que, con su venia, voy a tomar prestados algunos de sus párrafos. Escribe este corresponsal que le impresionaron de Juan Pablo II, -al que considera el “principal líder mundial del último cuarto del siglo XX”-, “su fe rocosa y su recogimiento en la oración” hasta tal extremo que en un viaje a Méjico “se pasó una noche entera de rodillas en la capilla de la nunciatura, y se le formaron callos en sus rodillas”.

“Tras haberle acompañado en setenta viajes por más de cien países, -continúa-, de Juan Pablo II me han conmovido seis virtudes que sirven para entender las claves de su pontificado: era un gran comunicador; un misionero incansable; un Papa carismático; con una fe rocosa (esto lo repite); tenía una gran pasión por el hombre, y conservó el buen humor”.

Lo más importante era el contenido de sus mensajes: “La parte central de su mensaje- según Joaquín Navarro Valls, que fue su portavoz- era plantear el carácter trascendental de la persona. A toda una generación mostró que es inevitable afrontar el tema de Dios y que no se puede entender el ser humano sin Dios”.

El articulista cuenta que Bill Clinton, presidente de EE. UU., ha escrito en sus memorias que en un encuentro con Juan Pablo II “me dio una lección de política… y me horrorizaría tener que enfrentarme a él en unas elecciones”.

Además de Clinton, el Papa tuvo encuentros con Gorbachov, Lech Walesa, el general polaco Jaruzelski, George Bush y otros muchos, y a todos sorprendió.

El texto termina recordando el mensaje que lanzó el Papa al comienzo de su pontificado que “es una frase de esperanza ¡No tengáis miedo, abrid la puertas a Cristo!”

Paso página de Ángel Gómez Fuentes y centro mi lectura dominical en un artículo de Arturo Pérez-Reverte, escritor reconocido, que titula ‘Ese monumento de papel’, todo él referente a la Biblia. Tampoco me resisto a pedir su venia virtual para comentarlo aquí. Gracias.

“¿Tienes la Biblia que acaba de sacar la Conferencia Episcopal?” –pregunta al librero amigo de siempre- y éste respira “¿Una Biblia a tus años?, y yo le digo debería darte vergüenza. Ya sé que no vas a misa ni yo tampoco, pero no estamos hablando de opio del pueblo, sino de cultura, chaval. De uno de los caudales de sabiduría que nos hizo lo que somos, Viejo y Nuevo Testamento, cultura judeocristiana que, combinada con el Islam mediterráneo, Grecia, Roma y toda la parafernalia, hizo lo que llamamos Europa y de rebote Occidente…aunque a esa vieja Europa, en tiempos referente moral del mundo, cuna de derechos humanos y crisol de cultura, ya no la reconozca ni la madre que la parió”.

Sigue el relato: “Una semana después tengo la nueva Biblia. Es un ejemplar con la nueva traducción canónica de los textos sagrados al castellano, que será utilizada en todos los actos litúrgicos y catequéticos, o como se diga, de la Iglesia Católica de aquí. La Biblia oficial en lengua de Cervantes. Esto lo convierte en libro de extraordinaria importancia; pues, aparte la lectura íntima que haga cada cual, su texto, leído en misa y utilizado a partir de ahora en las actividades relacionadas con el asunto, influirá directamente, en la lengua que hablan y escriben varios millones de católicos de habla hispana”.

“La Biblia es también, y sobre todo, un magnífico caudal de diversión, reflexión y conocimiento. Un monumento indispensable para comprender sobre qué cañamazo se tejió lo que algunos cabrones reaccionarios y gruñones como el arriba firmante todavía llamamos, con una mezcla de melancolía y de guasa escéptica, cultura occidental; dicho sea sin ánimo -o con ánimo, qué puñetas- de ofender. En ese contexto, la Biblia es una fuente extraordinaria de relatos, aventuras, batallas, traiciones, amores, emociones y simbolismos; materia de la que hace tres mil años viene nutriéndose el mundo civilizado y que inspiró a los más grandes filósofos y artistas de todas las épocas; literatura, música, pintura y cine incluidos. Nadie que busque lucidez e inteligencia, que quiera interpretar el mundo donde vive y morirá, puede pasar por alto la lectura, al menos una vez en la vida, del libro más famoso e influyente -para lo bueno y lo malo- de todos los tiempos. El Antiguo y el Nuevo Testamento, para unos historia sacra y revelación divina, y para otros llave maestra de cultura e ilustración, son imprescindibles para comprender cómo llegamos aquí, lo que fuimos y lo que somos. Compadezco a quien no tenga un Quijote y una Biblia en casa, aunque sólo sea para decorar un mueble y leer cuatro líneas de vez en cuando. Sólo la Biblia, releída una y otra vez, bastaría para colmar una vida entera. Oponer prejuicios a la Biblia es como oponerlos a una catedral: no hace falta creer en Dios para visitarla y admirar su belleza”.