Como te dije
en mi carta de 20 de octubre, se celebró la fiesta del XXX de la Vaguada y la
boda de mi sobrino que me impidió ir a la primera. De ésta tengo noticias de
que tuvo gran brillantez aunque con poca asistencia de las personas convocadas.
Algo debió fallar; sé que hubo gente que no se enteró. Para justificar mi
ausencia les escribí a mis colegas de entonces la carta que te adjunto y les
envié copia de la que te mandé. Supongo que no te molesta.
La boda de mi
sobrino fue como casi todas las bodas, aunque para mí supuso un encuentro
familiar deseado que resultó muy agradable. Otro día te contaré más, que hoy tengo
muchas cosas que hacer.
Hasta otra,
pues.
Carta a los
Vaguadistas:
23 de octubre de 2013
Queridos amigos:
A mi paisano Robledillo, un tío cabal, cachazudo y algo
desabrido que me sirve de confidente y consultor de cuitas, le he pedido por
carta una admonición reconfortante que me abrevie la pesadumbre que me importuna
porque, a una fiesta que nunca me perdería aunque tuviera que buscar en el
ropero la corbata más vistosa, -que hace años no me pongo-, y vestirme el traje
de los domingos, no podré asistir. Me refiero a la de nuestro XXX aniversario
Vaguadista.
Una circunstancia familiar insospechada me deja en fuera
de juego de la fiesta del mentado Aniversario que, con tanto mérito, han
organizado algunos –los de siempre- de los 80 de los 80, y no podré encontrarme
con vosotros, y compartir unas horas agradables entre tanta buena gente, sin
escatimar saludos y abrazos apretaos pero comedidos.
Robledillo es un chaval de casi 80 años a quien los
jóvenes llaman con respeto Don Robledo, porque en el trato de tú a tú es muy
“mirao”. Le suelo pedir sugerencias o apreciaciones sobre asuntos a cual más variopinto,
-personales, impersonales o neutros- y siempre tiene a mano un juicio certero. Sé
que hablarle de la Vaguada le aburre por las veces que le he contado la misma historia
de aquel tiempo que vivimos, y es que nunca ese tiempo pasado fue tan bueno y
nunca se podrá echar en el olvido. A ver por dónde me sale esta vez. Espero con
impaciencia una receta reconstituyente.
Aunque la carta es personal, os la envío en confidencia,
junto a un saludo afectuoso, esperando de la benevolencia de todos, -que
vestiréis como árbitros de la elegancia-, solo tarjeta amarilla, por fallar
esta gran ocasión.
Un fuerte abrazo,
Pepe G. Soria.
Esta es la carta a
mi amigo Robledillo:
20 de octubre de 2013
Estimado
Robledillo:
No
lo podrás creer pero, tal día como hoy va para treinta años, hora más o menos,
nací para la historia. No una Historia en mayúscula como la enciclopedia
Alvarez de nuestra infancia, es una historia, según el que llevaba las cuentas,
de 80 personas entre ellos y ellas, 80 magníficos (lee también barra as,
que es lo moderno), que se dejaron, unos la piel, y otros el pelo, y está
escrita piedra sobre piedra.
¡Hombre
sí!, es otra vez la Vaguada, pero no pongas cara de aceite de ricino que no te
lo voy a repetir de nuevo, es tan solo un suceso concerniente,
así que sigue leyendo, joé, que estoy insurrecto y muy “enojao” y, necesito decírtelo
para desahogarme. Resulta que este día los 80 magníficos celebramos el 30 aniversario de la Vaguada con una cena por todo lo alto, fíjate si será de postín que hay que llevar corbata e ir bien “peinao” (el que pueda claro), pero mira tú si hay días en el almanaque, que no podré ir porque al hijo de mi hermana, que lleva la tira de años “arrejuntao” con la moza del Rosao que tú conoces, le ha “dao” porque el cura le eche las bendiciones, para estar legales, y coincide con los días del aniversario. Esto me ha producido lo que tú llamas un sofoco intimidatorio que necesito evacuar cuanto antes, y por eso te reclamo una pócima mágica que me alivie la rabia que tengo.
Con
el reconcomio me ha invadido “mono” de recuerdos. El primero ha sido el de las
piedras para los muros sustraídas de la sierra de Madrid. ¡Cuánta piedra! La
sierra quedó como la cabeza de Yul Brynner. Fueron tantas que se podía decir
como el texto bíblico, “La arena de los mares, las gotas de la lluvia, ¿quién
podrá contarlas?”. Así las piedras ¿quién podría contarlas? Ah, y si las
piedras hablaran, ¡qué de historias contarían! Sobre ellas se izaron unas velas
para flotar aquel buque insignia, que a falta de mar buena fue “una vaguada”.
Así le quedó cara ecológica.
Otro
recuerdo es el del Magnifico Mayor cuyo lema era trabajar 24 horas sobre 24. Yo
me levantaba una hora antes y trabajaba 25 para hacer méritos. Una mañana llegó
a la reunión de trabajo con un hatillo que dejó en el suelo. Al terminar puso
el hatillo sobre la mesa y lo deslió. Era un mono de trabajo. “Me voy a poner
el mono –dijo- para ir personalmente a quitar la basura del muelle norte, que
lo dije hace dos días y aún sigue allí”. ¡Horror, que pasmo! En un par de horas
el muelle quedó listo para revista.
Decían
que esta historia tuvo una prehistoria que duró más que la Prehistoria de
verdad, pero no te la puedo contar porque entonces estaba yo de meritorio y no
me la sé. Lo que sí sé es que, entre los 80 de los 80, ninguno quiso adelantar
a otro. Del compañerismo se pasó a la amistad, trabajando siempre con un
objetivo común: Que un día la Vaguada fuese nuestra, como así fue.
Y
mientras fue nuestra, la historia quedó retratada en los muros de piedra, no
con letras de oro, sino con pinturas de siluetas personales que allí estuvieron
muchos años, hasta que una mano invisible las borró de un brochazo. Sería por
lo de la memoria histórica, colijo yo.Los recuerdos me han desahogado. Siempre son bien recibidos, pero me hace falta tu arreo final para completar el des-ahogamiento. ¡Dale vueltas y no te hagas el remolón!
Tu
amigo.
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