miércoles, 13 de noviembre de 2013

Carta a Robledillo 13 de noviembre de 2013

Estimado Robledillo:

Como te dije en mi carta de 20 de octubre, se celebró la fiesta del XXX de la Vaguada y la boda de mi sobrino que me impidió ir a la primera. De ésta tengo noticias de que tuvo gran brillantez aunque con poca asistencia de las personas convocadas. Algo debió fallar; sé que hubo gente que no se enteró. Para justificar mi ausencia les escribí a mis colegas de entonces la carta que te adjunto y les envié copia de la que te mandé. Supongo que no te molesta.
La boda de mi sobrino fue como casi todas las bodas, aunque para mí supuso un encuentro familiar deseado que resultó muy agradable. Otro día te contaré más, que hoy tengo muchas cosas que hacer.

Hasta otra, pues.

Carta a los Vaguadistas:

23 de octubre de 2013

Queridos amigos:

A mi paisano Robledillo, un tío cabal, cachazudo y algo desabrido que me sirve de confidente y consultor de cuitas, le he pedido por carta una admonición reconfortante que me abrevie la pesadumbre que me importuna porque, a una fiesta que nunca me perdería aunque tuviera que buscar en el ropero la corbata más vistosa, -que hace años no me pongo-, y vestirme el traje de los domingos, no podré asistir. Me refiero a la de nuestro XXX aniversario Vaguadista.

Una circunstancia familiar insospechada me deja en fuera de juego de la fiesta del mentado Aniversario que, con tanto mérito, han organizado algunos –los de siempre- de los 80 de los 80, y no podré encontrarme con vosotros, y compartir unas horas agradables entre tanta buena gente, sin escatimar saludos y abrazos apretaos pero comedidos.

Robledillo es un chaval de casi 80 años a quien los jóvenes llaman con respeto Don Robledo, porque en el trato de tú a tú es muy “mirao”. Le suelo pedir sugerencias o apreciaciones sobre asuntos a cual más variopinto, -personales, impersonales o neutros- y siempre tiene a mano un juicio certero. Sé que hablarle de la Vaguada le aburre por las veces que le he contado la misma historia de aquel tiempo que vivimos, y es que nunca ese tiempo pasado fue tan bueno y nunca se podrá echar en el olvido. A ver por dónde me sale esta vez. Espero con impaciencia una receta reconstituyente.   

Aunque la carta es personal, os la envío en confidencia, junto a un saludo afectuoso, esperando de la benevolencia de todos, -que vestiréis como árbitros de la elegancia-, solo tarjeta amarilla, por fallar esta gran ocasión.

Un fuerte abrazo,

Pepe G. Soria.

Esta es la carta a mi amigo Robledillo:

20 de octubre de 2013

Estimado Robledillo:
No lo podrás creer pero, tal día como hoy va para treinta años, hora más o menos, nací para la historia. No una Historia en mayúscula como la enciclopedia Alvarez de nuestra infancia, es una historia, según el que llevaba las cuentas, de 80 personas entre ellos y ellas, 80 magníficos (lee también barra as, que es lo moderno), que se dejaron, unos la piel, y otros el pelo, y está escrita piedra sobre piedra.
¡Hombre sí!, es otra vez la Vaguada, pero no pongas cara de aceite de ricino que no te lo voy a repetir de nuevo, es tan solo un suceso concerniente, así que sigue leyendo, joé, que estoy insurrecto y muy “enojao” y, necesito decírtelo para desahogarme.  

Resulta que este día los 80 magníficos celebramos el 30 aniversario de la Vaguada con una cena por todo lo alto, fíjate si será de postín que hay que llevar corbata e ir bien “peinao” (el que pueda claro), pero mira tú si hay días en el almanaque, que no podré ir porque al hijo de mi hermana, que lleva la tira de años “arrejuntao” con la moza del Rosao que tú conoces, le ha “dao” porque el cura le eche las bendiciones, para estar legales, y coincide con los días del aniversario. Esto me ha producido lo que tú llamas un sofoco intimidatorio que necesito evacuar cuanto antes, y por eso te reclamo una pócima mágica que me alivie la rabia que tengo.   


Con el reconcomio me ha invadido “mono” de recuerdos. El primero ha sido el de las piedras para los muros sustraídas de la sierra de Madrid. ¡Cuánta piedra! La sierra quedó como la cabeza de Yul Brynner. Fueron tantas que se podía decir como el texto bíblico, “La arena de los mares, las gotas de la lluvia, ¿quién podrá contarlas?”. Así las piedras ¿quién podría contarlas? Ah, y si las piedras hablaran, ¡qué de historias contarían! Sobre ellas se izaron unas velas para flotar aquel buque insignia, que a falta de mar buena fue “una vaguada”. Así le quedó cara ecológica.
Otro recuerdo es el del Magnifico Mayor cuyo lema era trabajar 24 horas sobre 24. Yo me levantaba una hora antes y trabajaba 25 para hacer méritos. Una mañana llegó a la reunión de trabajo con un hatillo que dejó en el suelo. Al terminar puso el hatillo sobre la mesa y lo deslió. Era un mono de trabajo. “Me voy a poner el mono –dijo- para ir personalmente a quitar la basura del muelle norte, que lo dije hace dos días y aún sigue allí”. ¡Horror, que pasmo! En un par de horas el muelle quedó listo para revista.

Decían que esta historia tuvo una prehistoria que duró más que la Prehistoria de verdad, pero no te la puedo contar porque entonces estaba yo de meritorio y no me la sé. Lo que sí sé es que, entre los 80 de los 80, ninguno quiso adelantar a otro. Del compañerismo se pasó a la amistad, trabajando siempre con un objetivo común: Que un día la Vaguada fuese nuestra, como así fue.
Y mientras fue nuestra, la historia quedó retratada en los muros de piedra, no con letras de oro, sino con pinturas de siluetas personales que allí estuvieron muchos años, hasta que una mano invisible las borró de un brochazo. Sería por lo de la memoria histórica, colijo yo.

Los recuerdos me han desahogado. Siempre son bien recibidos, pero me hace falta tu arreo final para completar el des-ahogamiento. ¡Dale vueltas y no te hagas el remolón!    


Tu amigo.
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