lunes, 16 de mayo de 2011

EL CURA DE PUEBLO

Esa mañana me mostré reacio a hablar de política con mi compañero del andar mañanero para no malhumorarnos el resto del día. Como días antes había sido la Beatificación del Papa Juan Pablo II lo saqué a colación para saber su opinión, pero solo me miró para decir que no la había visto en la tele. Hice un comentario sobre la grandeza de ese hombre santo y mi colega asintió pero poco más. No era la primera vez que comprendía que las cosas de la Iglesia y de la religión no van con él… por los curas. ¿Los curas? Qué manía le tienen muchos. Aproveché para lanzar una pregunta al aire, “¿Por qué la gente se mete tanto con los curas? ¿Hacen algo malo?”. Aludió a los curas pederastas tal vez para justificarse, y nada más. Un poco irritado le hice ver la cantidad de misioneros y monjas que viven en el submundo de otras tierras con gente enferma y necesitada; los curas que dan consuelo a los presos y desesperados; los laicos que sirven a la Iglesia en los comedores sociales de Cáritas para dar de comer al pobre. Y me quedé corto. Como todos esos misioneros, monjas, o curas no tienen sitio en la tele porque no cobran nada a cambio de su impagable servicio, es como si no existieran.

La familia de mi caminante amigo,-familia que no conozco- es muy religiosa por lo que él me cuenta. En la charla me dijo que uno de sus hijos le había felicitado la Pascua de Resurrección, y él, extrañado, no supo qué hacer ni qué decir. Le aclaré que, así como es normal felicitarse en Navidad, también hay que felicitarse en la Pascua de Resurrección. La primera es la fiesta de la Venida de Cristo al mundo nacido de Mujer, y la otra su Resurrección para confirmar la Redención del hombre. Ambas fiestas son las más importantes de los cristianos.

Volviendo al punto de los curas le dije que a mí me gusta el cura de pueblo, que comparte su soledad con el breviario y es un sanador nato de almas. Se terminaba el paseo y acabamos hablando de la gente del Opus, del Papa Benedicto XVI, de la Madre Teresa de Calcuta así nos despedimos hasta otra mañana temprano como siempre.

Regresé a casa pensando en el cura de pueblo, y me vinieron a la memoria algunos a los que había conocido desde niño. El primero fue Don Juan Gallego Mirón que me bautizó. Pero hay un recuerdo imborrable de la tarde del Viernes Santo de allá por los años 50 del pasado siglo, cuando se celebraba un multitudinario Vía Crucis por calles del Pueblo y de La Loma con la Imagen de Cristo Crucificado llevado en su trono por algunos hombres. Dirigían el rezo Don Andrés Martínez Segura y Don Gines Serrano, párrocos de Santa María y de la Concepción respectivamente, y recuerdo cómo subían a los balcones de casa en casa para desde allí hacerse oír en las catorce estaciones. Para aligerar el paso se remangaban un poco la sotana y se les veía el bajo del pantalón, lo que a mí me sorprendía.

Don Andrés era un cura enérgico. A veces lo encontraba con el viatico por la calle acompañado de un monaguillo que avisaba con una campanilla, y había que arrodillarse por temor a una mirada inquisitorial. En la misa, sabía que algunos hombres se ponían cerca de la entrada para salirse a fumar mientras él predicaba el púlpito. Ya en el púlpito y antes de empezar el sermón mandaba al sacristán a cerrar con llave la cancela y así los de fuera “no oían la misa”. ¡Cómo han cambiado las formas! No así la labor del cura de pueblo que tiene que lidiar con los que no lo tienen como santo de su devoción.