jueves, 21 de diciembre de 2017

Carta a Robledillo 21 de diciembre de 2017.

Estimado Robledillo:

 Aun siendo los dos casi de la misma “quinta” yo te adelanto en años de casado. El otro día, el lunes 18, cumplí 50 “tacos” de casamiento, pues me casé con 28 mientras tú todavía remoloneabas con la novia. ¡Pues anda que no te hiciste de rogar para subir al altar! A lo que iba.
          Mi “moza” y yo celebramos con los hijos y los nietos las Bodas de oro, que sabes se hacen al medio siglo de estar arrejuntados. A mí, como a ti, no nos ha ido mal. Hemos cumplido las obligaciones de los buenos casados, se nos ha dado bien el trabajo, no nos han faltado disfrutes variados y llevamos bien la jubilación. Lo único de lo que podíamos quejarnos es de cómo pasa el tiempo, pero esto es cosa del que nos vigila desde lo Alto y no es cuestión de porfiar. (Puede que allá también se celebren Bodas de oro, o vaya usted a saber.)
          No te invité por lo lejos, así que te debo una convidá para cuando me acerque al pueblo. Aparte de mis hijos y nietos, uno todavía en mantillas, nos acompañaron los consuegros por parte de mi hija, y la consuegra, por parte de mi hijo Luis. Como amigos estuvieron los vecinos más allegados, los que conocemos más de 40 años. En total 17 mayores, 3 niños y Daniel, el que está en mantillas. Muy en familia.
           Primero nos juntamos a comer en el Hotel Barceló cercano que nos preparó un menú sabroso y bien servido. De menú, lo típico: unas entradas al centro de la mesa a compartir y un plato principal de carne o pescado, a elegir. No nos chupamos los dedos porque eso lo hacéis los de pueblo, y nosotros somos pueblerinos capitalinos que es como decir ´madridista del Barça´. Cerveza, vinos tinto o blanco, postre del que a mí me gusta, o sea dulce, café, cava para brindar, y licores. Un menú apto para paladares de buen comer sin exquisiteces de plato ancho que te dejan hambriento. Hubo regalos útiles, que agradecimos. Hubieras estado a gusto. Diré, aunque tengas envidia, que todos salimos muy satisfechos. Sin aspavientos disfrutamos de unas horas familiares y de amistad que solazan al espíritu.
           La diversión final estuvo en el tobogán que tiene el hotel que “cae” de la primera planta a la baja, apto para “rescullarse” como hacíamos de pequeños en el cerro, que hizo las delicias de grandes y pequeños. Esto fue sábado 16.
            Este año, igual que en 1967, el 18 de diciembre cayó en lunes. Ese día, por la tarde tuvimos una Misa de acción de gracias y renovación del sacramento del matrimonio en la parroquia de Santiago cuyo párroco Francisco Aranda, muy amigo, nos dedicó la homilía y otras preces de la ceremonia. Tras el evangelio renovamos las promesas de la alianza de casados al pie del altar. Comulgamos con el pan y el vino como hace 50 años, en un grato momento difícil de olvidar. Nos acompañaron los hijos, los nietos y los del día anterior. En el ambiente se notaba una íntima satisfacción y una gran alegría sin alharacas, muy de nuestra forma de ser.
          Recibimos muchas felicitaciones, y de regreso a casa los “recasados” volvimos felices y contentos a la espera de la Navidad que celebraremos en familia. Hay que dar gracias a Dios por esta vida que nos ha regalado.
         Aprovecho para desearte unos felices días de Navidad, y no desesperes que ya llegará la convidá. Seguro que pasaremos un buen día.

 

lunes, 13 de noviembre de 2017

Carta a Robledillo 13 de noviembre de 2017.

Estimado Robledillo:
         Recuerdo que en nuestras charlas donde nos contamos vicios, solo los confesables, y virtudes, pocas pero honradas, de nuestra larga vida, una vez me referí a la Vaguada, el Centro Comercial madrileño en cuya construcción pasé casi dos años. Hace cuatro años te conté que se celebró el treinta aniversario de su inauguración y no pude ir por una boda familiar. Pero cada octubre unos cuantos de los que trabajamos en la obra, o en la comercialización, o en la gestión del negocio, solemos reunirnos para deleitarnos recordando uno de los episodios más sonados de nuestra profesión. 
El encuentro de este año se ha retrasado a este mes de noviembre, y lo tuvimos hace pocos días, naturalmente en Madrid. Aproveché el viaje para “ir de médicos” y que “me viera” el cirujano cardiólogo que me operó hace once años, y el urólogo que sabe mis entretelas prostáticas y similares desde siempre. De modo que maté tres pájaros de un viaje, hotel incluido.  
Si el resultado médico fue satisfactorio, siendo uno ya mayorcito, la reunión con cena quedó de dulce, y no lo digo por el postre de los pastelillos finales.  
Para empezar, el otoño de Madrid, seco y con buena temperatura, hizo agradable la estancia, a pesar de lo lioso que resulta desplazarse en transporte público para los que como yo, han perdido el hábito. Primero hay que obtener una tarjeta Multi que sirve para Metro, tren de cercanías, autobuses o metro ligero, que se recarga según el trayecto en maquinitas táctiles. Si yo me confundo, me imagino a alguno de nuestro pueblo hecho un lio con cara de Alfredo Landa sin saber qué camino tomar.  
Arcadio, uno de los “vaguadistas” que vamos quedando, se encargó de fijar la cita y José Luis Heras el restaurante y el menú. A las 9 de la noche empezamos a llegar a La Parra, conocido de años anteriores, los Javieres, Sánchez y Martin; Luis Sánchez; los Jose Luises, H. y Domínguez; Isabel, la única dama; Fernando V; Arcadio Gil y yo. Para hacer apetito tomamos unas copas de vino entremezclando besos y abrazos, saludos y mucha alegría al vernos otro año más. Confieso que lo pasé chupi como dicen los chavales de ahora. Lástima que dure solo unas horas, y hay que aprovecharlas para  disfrutarlas en demasía. Nos procuramos un ambiente sano y relajado fruto de la gran camaradería que hemos conseguido entre todos, que no apagan los años y de la que es difícil evadirse porque estamos a gusto.
 La cena fue muy sencilla: algo para picar ligerito y luego carne o pescado al gusto de cada uno. Lo mejor la conversación diversa con muchas anécdotas, algunas ya sabidas pero siempre oportunas de recordar. Pasaron las horas tan de prisa que la noche se hizo corta y como no somos muy de juerga nocturna, ya abrigados, vino la despedida en la puerta del restaurante formando el habitual corrillo, que ninguno quiere ser el primero en romper, ansiosos de vivir los últimos segundos de tan agradable tertulia, tan atractivos como los primeros. Pero tuvimos que darnos los adioses.
          Luis, mi compañero de tantas horas trabajando juntos mano a mano, me llevó al hotel en su utilitario y al día siguiente regresé en tren con la mente puesta en lo mucho que me había divertido la noche antes con esos colegas que conocí va para treinta y cinco años, y Dios quiera que sigamos así unos cuantos más. 
          Como veras a nuestros años, la edad permite disfrutar de un pasado que pasa poco a poco aunque unos cuantos todavía vemos cercano. Confieso que a mí me va faltando memoria para recordar muchas cosas de aquel tiempo, te hablo de 1982-83, y estas reuniones sirven para espabilarla. A juzgar por cómo las disfrutamos, no dudo que las mantendremos vivas año tras año.  
Cuídate que a poco que te despistes, vienen los fríos.

miércoles, 14 de junio de 2017

Carta a Robledillo 14 de junio de 2017.


Estimado Robledillo:

Alguna vez te habré contado los viajes que hice de soltero desde Sevilla a nuestro pueblo allá por los años 60 del siglo pasado, cuando empecé a trabajar en la que hoy es la capital de Andalucía. Me refiero a los viajes por carretera que era lo más normal.

De Sevilla partía la N-334 de dos carriles tipo Redia, asfaltada, escasamente señalizada, con largas rectas en los tramos de El Arahal o Hernán Valle, o con curvas por Gor y Gorafe en la provincia de Granada, que obligaban a ir muy atentos al volante. En Antequera se convertía en la N-342, sería por razones “ministeriales”, hasta Puerto Lumbreras, ya en la provincia de Murcia, donde “moría” y enlazaba con la N-340 de Cádiz a Barcelona. Antes, al llegar a Baza, se tomaba la comarcal 323, con muchos kilómetros con piso de tierra, que corría, y corre, hermanada con el rio Almanzora hasta el pueblo.

No había limitación de velocidad ni mucho tráfico, y era obligado tocar la bocina en curvas y cambios de rasante. La carretera atravesaba los pueblos, el viaje podía durar seis a ocho horas con paradas en las ventas del camino para tomar un tentempié y paliar la fatiga de la conducción.

¡Cómo ha cambiado esta ruta en 25 años! La carretera de antaño es ahora una autovía hecha con fondos europeos bautizada como A-92 que compete a la Junta de Andalucía, antes era del Ministerio de Obras Publicas, y que en muchos tramos -no en todos- permite ir a altas velocidades con la seguridad de los modernos autos actuales.

Uno de mis primeros viajes fue en julio de 1966. Se casaban quienes luego serían mis cuñados y era la excusa para ir al pueblo y pasar unas horas con mi novia. Localicé a un paisano que trabajaba en Sevilla y acordamos alquilar un coche para llegar a tiempo de la boda. Salimos de Sevilla a las tres de la tarde del día anterior en un Seat 600. No te cuento el fuego que caía a plomo sobre el coche que, sin aire acondicionado y las ventanillas abiertas, era un infierno con ruedas. Menuda canícula soportamos bajo un sol ardiente que debía tener ansias de captura a los dos ingenuos viajeros por cómo se enconó con nosotros. Ni siquiera una mala sombra se apiadó.

En Osuna hicimos la primera parada para un café. Mi amigo se había sacado el carnet de conducir recientemente e insinuó que le apetecía conducir un rato. Dicho y hecho: puso manos al volante y tan pronto echó a andar me percaté de su condición de novato, que no siendo yo un experto conductor, ya llevaba unos cientos de kilómetros recorridos. A poco de salir de Osuna la carretera enfilaba una recta en ligera pendiente que favorecía la velocidad. Mi amigo, aferrado al volante, daba señal inequívoca de no dominar la conducción. Cerca de Aguadulce se presentó una curva a la derecha con dos quitamiedos de piedra colocados a los lados de la vía para impedir que los coches cayesen al pequeño arroyo que atravesaba bajo la carretera. Íbamos demasiado de prisa y el inexperto conductor perdió el control: ni frenó lo suficiente ni giró el volante; el Seat siguió a su aire, cayó por el terraplén, se paró frenado por unos matorrales y quedó inclinado hacia la izquierda. Para impedir que se volcara abrimos la puerta del lado izquierdo e hiciera de apoyo llegado el caso; el amigo se bajó y yo me quedé de contrapeso en el lado derecho. Hubo suerte, no chocamos con el quitamiedos y salimos ilesos salvo un pequeño golpe en la rodilla.

A unos doscientos metros faenaba en el campo una cuadrilla de hombres y mujeres segando el trigo bajo un sol de justicia que corrieron en nuestro auxilio. Se cubrían con sombreros de paja y ropas claras de los rigores del sol; llegaron asustados temiendo lo peor. Como los desplazamientos eran pocos, un accidente tenía gran importancia, no como ahora que ha pasado a ser una estadística. En un momento se esfumó el viaje, la boda, la novia, y, lo más preocupante, qué diríamos a la familia si no aparecíamos.

Empezamos a dominar la situación. Revisé el Seat, sobre todo el motor y la rueda trasera izquierda que había soportado la caída y no vi rotura alguna. Probé a arrancarlo y, Eureka, sonó redondo como si nada. Había que sacarlo del terraplén. Los labriegos se prestaron a empujarlo hasta subir a la carretera pero, temiendo que se volcara, decidimos bajarlo a un camino junto al arroyo y buscar el sitio menos inclinado de la ladera para ello. Hecha la operación, me dije: “Este va a subir por sus medios”; me aventuré, me puse al volante y el Seat respondió.  Subió como un cohete.

El susto había pasado. Llegaríamos a la boda. Agradecimos a los segadores su ayuda y reiniciamos la ruta. Un tanto receloso pregunté a mi acompañante si se atrevía a conducir, advirtiéndole que el volante era para torcer y no debía agarrotarse como le pasó en la curva que la enfiló por derecho. Hay conductores que se enajenan y olvidan que el volante está para maniobrar el vehículo.

Atrás quedaron Aguadulce, Estepa, la Roda, Antequera, y Granada donde hicimos otra parada, y yo pasé al puesto del conductor para sortear las mil curvas del paso de la Sierra Nevada. Al pueblo llegamos bien entrada la noche, previa promesa y recomendación de no decir nada del suceso a nuestras familias.

Muchos tramos de la antigua carretera sirven ahora de vía de acceso a los pueblos que han quedado separados de la autovía, o como ruta turística para contemplar el paisaje como en el caso de la Sierra Nevada en la zona de la Venta del Molinillo.

La carretera estaba asfaltada en las provincias de Sevilla, Málaga y Granada, pero justo al llegar al límite de la provincia de Almería, en la estación de El Hijate, el piso se convertía en terrizo y pedregoso, un claro ejemplo del abandono de la provincia de Almería.

Hasta muchos años después no contamos la aventura. Otro día seguiré.

miércoles, 26 de abril de 2017

Carta a Robledillo 26 de abril de 2017.

Estimado Robledillo:

Todavía tengo metidos en mis oídos el sonar de tambores y cornetas que han atronado las calles y las plazas de nuestro pueblo en la pasada Semana Santa y sigo “viendo” en mis retinas las imágenes sagradas de las procesiones que, con más  o menos acierto y fervor, han recorrido esas calles, contemplativas de un Misterio que revive cada año las últimas horas en nuestro mundo de un hombre que nació como Mesías y se decía Hijo de Dios. Pero no temas, no te voy a escribir de esto último por ser un tema que lo tenemos desbrozado a más no poder, solo te contaré mis pasos en esos días “santos”.

Mediada la semana dejé el alboroto de la ciudad que me cobija –así evitaba ir pisando los restos de cera de las procesiones-,  y me fui al pueblo del que habías huido vete tú a saber porqué. Sin compadre con quien platicar, me arrimé a los más allegados y puedo decirte, para que no tengas regomello, que no te eché de menos.
  
El Jueves Santo por la tarde fui al Triduo Pascual en la Parroquia: los Oficios ahora los llaman la Cena del Señor. El párroco empezó explicando que no conmemoraba un hecho concreto sino una historia de dos mil años; una historia centrada en la Eucaristía y en el Lavatorio de los pies, con una liturgia atractiva por su trascendencia y su vistosidad. El Lavatorio de los pies, que ahora se hace a hombres y mujeres, fue la gran lección de humildad de la tarde. Como dice el papa emérito Benedicto XVI: Cristo, «se despoja de su esplendor divino, se arrodilla ante nosotros, lava y enjuga nuestros pies para hacernos dignos de participar en el banquete de Dios». Esto mismo hizo el cura con 7 hombres y 5 mujeres a quien lavó y besó los pies. Todo un ejemplo. Tras la comunión hizo la Reserva del Santísimo en el Sagrario del Monumento. El celebrante, los acólitos, el incienso, el canto, todo un acto de culto rodeado de un ceremonial sencillo y emotivo, que me hizo olvidar las horas. Eché de menos la mayor suntuosidad de los Monumentos de antaño, el de esta ocasión me pareció muy pobre.

También estuve el Viernes Santo en los oficios de la Muerte del Señor. Me tocó leer la Pasión de San Juan como hago desde hace 8 o 10 años, agilizando la lectura porque es larga y la gente mayor acaba sentándose. De este día te destaco la adoración a la Cruz que sostuve alzada el rato que los asistentes besaban los pies del Crucificado. La liturgia de este día es muy sobria; no se celebra la Eucaristía pero se comulga con las formas consagradas el día anterior. Fue cuando más me acordé de ti, pensado donde estarías y la espiritualidad que te estabas perdiendo.

De las procesiones esperaba algo más. Se sigue una rutina, la de los últimos años, que invita poco a sentirse en presencia del Señor y de la Virgen. En la “nuestra” noté un cierto quebranto de la solemnidad en lo que pude ver desde “mi sitio” en la presidencia detrás del Sepulcro. De este “paso” me tragué la falta de compostura de los anderos y anderas –algunos hablando por teléfono móvil- y la desconexión entre la música y el paso del Trono, pues cuando la banda tocaba el Trono se paraba y al revés. Si en otros sitios he visto cómo la música acompaña al caminar del trono formando un conjunto armónico, lo del pueblo da repelús por la descoordinación que hay entre el Mayordomo del Trono y el Director de la Banda, incapaces de acoplar música y movimiento. La música inspirada en los hechos de la Semana Santa aporta a la procesión una estética que despierta en el espectador el sentido de lo trascendente, lo religio­so, lo sagrado. Si además el ritmo musical se acomoda musical al paso del Trono la contemplación suscita una indecible devoción que no se puede echar en saco roto. Me temo que aquí eso se considere secundario.

Como digo me situaron en la presidencia con el Alcalde, nuevo para mí; la Señora Juez de Paz, una dama en todos sentidos, y me tocó al lado de la Concejal de Urbanismo, que supongo conoces. Mi trato con la señora Concejal fue cortés, con una limitada confianza al cabo de las tres horas de procesión que calificaría de correcta. Me pareció una persona tratable.

Te dejo ya que tengo visita de médico y no quiero llegar tarde. Seguiré otro día.

miércoles, 8 de febrero de 2017

Carta a Robledillllo 8 de febrero de 2017

Estimado Robledillo:

Aunque ni a ti ni a mí nos mola –versión chic de “nos gusta”- hablar de política e islas adyacentes, sabrás lo del intento de la presidente del Congreso (lo de presidenta lo veo fatal) de que los Plenos empiecen a las tres de la tarde, y no a las cuatro, para acabar antes y procurar la conciliación de la vida familiar, otra de las frasecitas que dan dolor de estomago. Habrás visto que en el primero de los convocados a esa hora el pelotón de diputados ha sido exiguo porque como ha dicho uno, y aquí viene lo bueno, a las tres de la tarde estaba comiendo en casa y conciliándose con un puro. Sinceridad no le falta al gachó, como tampoco le sofoca su absentismo laboral, pero cobra por eso y así vamos.

Para que los currantes lleguen a casa a las seis de la tarde y disfruten juntos en familia: papá, mamá e hijos, se me ocurre que la ministra hable con el que manda en el Cortingles y le pida que abra a las 9 de la mañana y cierre a las 9 de la noche, y haga lo mismo con el de la tele, que ponga el telediario a las 8 de la noche y el programa chupi acabe a las once. No se necesitan ni plenos, ni comisiones del Congreso, solo un par de llamadas del móvil. De ese modo el comercio abriría como el Cortingles y con lo de la tele nos iríamos pronto a la cama sin dejar de ver la emisión favorita. ¡Ja, ja, ja!. Verás cómo para esa simpleza montan una comisión que se tira un año conciliando informes, estadísticas, ecologismos, cambios climáticos y demás barahúnda para acabar a ver lo que dicen las directrices del Consejo Europeo. Y por eso cobran. ¡Toma ya!
 
Ahora agárrate. Otro problemón. Me cuenta un amigo del país Valenciá que unos vecinos han denunciado a las campanas de la Iglesia de San Nicolás por contaminación acústica, y el alcalde ha ordenado a las campanas que no tañan en virtud del informe emitido por el Servicio de Calidad y Análisis Medioambiental, Contaminación Acústica y Playas, que ha  dictaminado (casi nada) que el ding-dong es contaminante. Ya mismo denuncian a párroco por contaminación visual por llevar sotana negra. Me quedo perplejo. En una región donde los cohetes, los petardos y las tracas son el pan nuestro de cada día, que con su estridente ruido destroza tímpanos y decibelios, esto es una coña marinera salvo que, tal como lo pienso, se trate de fastidiar a la Iglesia. Una cosa que se arregla hablando con el cura para que pare los toques a ciertas horas, pues no; hay que montar un informe urgiendo su “suspensión inmediata” porque el Servicio está para algo. Y por eso cobran. Añade el amigo que la iglesia es Monumento Histórico Artístico Nacional desde 1981, que si no mandan derribar el campanario. Los hay ceporros.

Te escribo mientras oigo el títere montado por unos mandamases catalanes citados por  un juzgado por desobedientes. Según el locutor, el 9 de noviembre de 2014 hicieron una consulta para independizar Cataluña del Estado Español (España cuenta poco), cosa que había prohibido el tribunal de no sé qué, que con el ruido del aspirador de mi mujer no he oído bien. Si no obedecieron entonces, digo que porqué han esperado más de dos años para ponerlos cara a la pared, que nuestras madres lo hacían con nosotros antes de que cantara el gallo de la vecina si nos pillaban haciendo travesuras. Ahora, dice el locutor, van saludando a sus partidarios y ya llevan media hora de retraso. ¿Les regañará el juez por llegar tarde a la cita como le pasó a un compañero que fue a un juzgado a declarar por cosas del tráfico, y el juez le puso cien pesetas de multa por llegar tarde? A este le dijo que por desacato, pero verás como a estos ni les rechista.   

Otro día te diré algo de eso de los “vientres de alquiler”, cuando me entere, que de las modernidades sé tanto como tú, más bien nada.   

Adiós y cuídate.