miércoles, 14 de agosto de 2013

Carta a Robledillo 14 de agosto de 2013

Estimado Robledillo:

Llevo una docena de días lejos de la gran ciudad, en el pueblo del altiplano granadino donde paso el mes de agosto, alejado del tostón televisivo de tertulias y conspiraciones periodísticas, y hasta de las películas del oeste que tanto me gustan. Disfruto paseando y viendo pasar el tiempo, hora tras hora, sin más sobresalto que el ladrido de algún perro callejero.

No echo de menos ni a Rajoy, ni al columnista habitual del periódico, ni siquiera al futbol, aunque éste ya se anuncia para la próxima semana. En la breve tertulia del café de la mañana se habla de las cosechas, del calor, del compadre que está en el hospital, de las fiestas del patrón, de la menor afluencia al bar por la situación económica, o de que en el invierno ha llovido mucho.  

En estos sitios hay una vida distinta a como nos la cuentan los que se tiran todo el año en la tele o en la radio “inventando” una vida a su manera, ignorando las percepciones que tiene la mayoría de la gente de un pueblo o de una pequeña ciudad. Hay una vida real de personas a las que Bárcenas, por ejemplo, les resulta un tío que está en la cárcel por robar, y si oyen hablar de un tal Madina, -uno del Psoe- creerán que es el último fichaje del Granada C.F. y de ahí no pasan. ¿Para qué? Creo que están inmunizados contra políticos y periodistas.
Lo de las encuestas de opinión, la intención de voto, el share de la tele, la prima de riesgo o las hipotecas, o el futbolista estrella del verano, se ignora. Interesan más asuntos del momento, de los que se habla cada mañana tomado el café y la copita de anís, o cada tarde con una cerveza de barril y una tapa de conejo frito. Hay quien se echa la siesta, o siestarrón, y otros que juegan la partida de tute con un cubata cargadito. A la mayoría de los vecinos los vaticinios u opiniones que salen en los medios, hasta el hartazgo, les importan un pimiento. Charlan de sus cosas.

Una vez alcancé a oír un dicho atribuido a dos hermanos que vivían en un sitio cercano llamado Cantarranas. Le apodaban “los Colirios” y eran muy exagerados relatando hechos y sucedidos.
Se sentaban por la tarde a la fresca mirando el cerro de enfrente. Una de las veces, el que se las daba de más espabilado dijo: “He visto un rebaño de más de cien ovejas a la sombra de una coliflor”. ¡Puf!, pensó el que parecía menos avispado, y siguió con la vista puesta en el cerro. A los pocos minutos soltó: “Pues yo he visto hacer una sartén entre 200 hojalateros, que los golpes que daban unos no los oían los otros”. ¡Arrea!, caviló el que se las daba de listo y dijo: “¡Quita quita!, cuentista, una sartén con 200 hombres dando golpes que no se oyen unos a otros, ¿para qué?”. “Pues para freír la coliflor esa que daba sombra al rebaño”, y volvió a mirar al cerro.
Como verás todo distinto a como lo pintan los opinadores oficiales del reino desde su sede en la súper gran ciudad. Ya te digo, aquí me tienes en ese ambiente, caluroso de día, fresco de noche.