domingo, 19 de junio de 2011

ORA ET LABORA

Este lema, “reza y trabaja”, es la síntesis de la Regla de San Benito Abad, un monje nacido en Nursia (Italia) en el siglo V, que vivió retirado en una cueva como asceta disciplinado y fue el padre del monacato benedictino. En 1964 Pablo VI lo declaró patrono principal de Europa.

En el monacato benedictino y su Regla, tiene sus raíces la Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia (los llamados “Trapenses”) formada por monjes y monjas que hacen vida monástica en monasterios, y cuyo origen data de 1098 cuando los monjes Roberto de Molesmes, Alberico y Esteban Harding fundaron el monasterio de Císter, desde el que, años más tarde, San Bernardo de Claraval se convirtió en el gran impulsor y propagador de la Orden bajo la norma de una estricta austeridad y de la vida contemplativa.

Uno de esos monasterios, el de San Isidro de Dueñas, más conocido como la Trapa, está enclavado en tierras palentinas en la confluencia de los ríos Pisuerga y Carrión. El edificio de estilo herreriano fue reconstruido en el siglo XVII, alberga en su interior a 40 monjes que siguen estrictamente el lema de San Benito representado por el arado y la cruz. La vida monástica de la Abadía de San Isidro tiene su peculiar estilo, difícil de entender para muchos.

El centro de su actividad tiene tres facetas claras que se desarrollan en una jornada que empieza a las cuatro de la mañana y termina sobre las nueve de la noche. Son el Oficio Divino, la Lectio Divina y el Trabajo manual.

El Oficio Divino sigue la Liturgia de las Horas: Vigilias, Laudes, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas donde los monjes unen sus voces para alabar al Señor con el canto de himnos, salmos y cánticos de las Sagradas Escrituras, en el interior de la Iglesia.

La Lectio Divina es el estudio hecho en comunidad, pero individualmente.

El Trabajo manual es variado. Se hacen labores de la tierra, desde la siembra y recogida de maíz, pasando por los árboles frutales y las hortalizas, y otros como el cuidado de la vaquería y la producción de leche. Además están el sacristán, portero, hospedero, cocinero, enfermero, encuadernador, librero etc. No falta el trabajo intelectual y de estudio en la Biblioteca.

El monasterio es un mundo silencioso aislado del barullo de las ciudades, aunque la comunidad trapense no vive ajena a la actualidad de lo que pasa fuera de sus muros. En su interior se dan conferencias, cursos y lecciones magistrales de todas las ramas del saber que imparten eruditos de prestigio, nacionales o foráneos. Los monjes que se dedican al estudio son verdaderos maestros del conocimiento de las ciencias y de las artes.

Para el visitante se ofrece la Hospedería y la convivencia social y espiritual compartida con otros visitantes y los monjes. Hay quien se aísla unos días para preparar unas oposiciones, o para hacer retiros o a hacer oración personal en la Iglesia, o en el claustro, o en la tumba de San Rafael Arnaiz Barón, monje canonizado por Benedicto XVI el 11 de octubre de 2009.

Quien ha estado durante siete años acudiendo a la Abadía dos veces al año, da fe de ese milagro de vida que habita en un monasterio en pleno siglo XXI donde el tiempo, sin prisa, está dedicado a rezar y alabar con humildad a Dios, donde cada uno, ensimismado en su rezo, nota su cercanía cuando echa a andar sus pensamientos entre las paredes del claustro.

Aunque el día comienza con las Vigilias, es en Laudes cuando se saluda con gozo la aurora:

“Cristo, alegría del mundo,
resplandor de la gloria del Padre.
¡Bendita la mañana que anuncia tu esplendor al universo!”

Desde ese momento los monjes y visitantes santifican el día con la Liturgia de las Horas, la meditación, el estudio y el trabajo manual.

Al caer la noche uno se retira en silencio a su celda mientras aún resuenan los ecos del Cántico de Simeón, último del oficio de Completas:

“Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz,
porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.

miércoles, 1 de junio de 2011

PARACETAMOL

Estaba hojeando el periódico del día mientras degustaba el café de la mañana, cuando un buen y joven amigo llegó, me saludó y se acomodó en la barra. “Para mí lo mismo que este señor” pidió al camarero en tono jovial. Fijó su atención en el titular del periódico: ’El Instituto Andaluz de la Mujer quiere una medicina "con perspectiva de género”’. Me miró, me preguntó con la mirada y, como hice un gesto ambiguo, tomó el periódico y se sumió en su lectura.

Cuando acabó de leer, se sonrió con aires de haber entendido el mejunje aquel y sin más me dijo: «El Instituto Andaluz de la Mujer (no sé si hay otro del Hombre, pensaba yo) pretende que “tanto en el diagnóstico como en el tratamiento de las enfermedades, tenga una respuesta distinta según el sexo del paciente”. (¡Anda qué invento! decía para mis adentros) La presidenta del Instituto entiende que “la medicina ha sido una ciencia ‘tradicionalmente androcéntrica’, de forma que "ha tratado la salud de las mujeres de manera similar a la de los hombres" y esa es la razón por la que el Instituto de la Mujer (no sé si hay otro del Hombre, volví a mi pensamiento) va a elaborar un plan de salud que incorpore “la perspectiva de género” para el tratamiento de las dolencias. ¿A que es fácil?».

Eureka, dije yo como diría Arquímedes, pero sin entender nada.

-A ver si entiendo, le pregunté. Si en un matrimonio joven el hombre se queda embarazado (porque con las clases de matrimonios que hay ahora todo puede ocurrir) el ginecólogo ¿le debe dar un tratamiento distinto al de la mujer? Exacto, veo que lo entiendes, respondió.

-¡Oye! Y si la mujer tiene una Hiperplasia prostática benigna o sea un aumento de tamaño de la próstata, ¿qué remedio le pone la uróloga? Respuesta: Creo que lo mejor es un tratamiento de finasterida y la dutasterida que reduce el tamaño de la glándula prostática. Estas medicinas entran en el protocolo con perspectiva de género. Aaaaaah, claro, el protocolo, contesté.

Mi joven amigo, que dicho sea de paso es parte de un matrimonio sine die, no como esos arrejuntamientos con fecha de caducidad, es un tío muy leído y moderno y tiene respuestas para casi todo. Pero a mí no me sacó del lio mental que tenía y seguí erre que erre:

-Supongamos que me duele la cabeza. Abro el botiquín, cojo una pastilla de paracetamol y me la tomo. Oye, y si el dolor es de mi mujer, qué. Aquí quise pillarlo pero el muy sabelotodo va y me dice: Según lo previsto en el plan de ayuda con perspectiva de género, y el protocolo anexo la médica de tu mujer le debe recetar paracetamola. (Hay que ver lo que mola este tío, pensé)

Me invitó al café, se fue y yo seguí cavilando en lo que avanza la ciencia impulsada por entes de tanta excelencia como el Instituto Andaluz de la Mujer (¿hay o no otro del Hombre?).

Desde los antiguos sabios de la medicina como el centauro Quirón, los griegos Hipócrates y Galeno; Ramessen y sus papiros, Alcmenón de Crotona; Asclepíades, considerado como un dios; y otros que vivieron siglos antes de Cristo en el antiguo Egipto, en Grecia, o en Roma; pasando por los curanderos y brujos de las tribus indias; o por los premiados con el Nobel de Medicina: Ramón y Cajal; Fleming; Herman Müller, Severo Ochoa; Dewey Watson; Robert Edward; y no digamos Don Gregorio Marañón o el muy conocido Don Mariano Barbacid o simplemente el médico de familia que nos ve cada día, a ninguno se le ha ocurrido la brillante idea gestada y parida con loas y exaltaciones en ese núcleo de sabiduría que es el Instituto Andaluz de la Mujer, que deja a la altura del betún al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, tan pobre él.

Caí en la cuenta de que me había dejado tomar el pelo por mi amigo con lo del protocolo de género y demás sandeces, y tiré el periódico a la papelera.