Después de dos meses que no te escribo, hoy
me he levantado con ganas de hacer repaso como si estuviera en la escuela, porque
hay que ver la de noticias que nos han llovido. En mayo las elecciones al
Parlamento Europeo, luego la abdicación del rey Juan Carlos, ahora la muerte de
Di Stefano, y si de futbol hablamos, la “caída el imperio del tiqui taca” de
nuestra selección en el mundial de Brasil.
Verías que las elecciones europeas parieron un
nuevo Moisés que ha prometido un gran maná a base de pan con chorizo, si es que
hay, para todos (…y todas, que no se me olvide). Su nombre no es Moisés, sino
Pablo, e Iglesias de apellido, aunque la iglesia de su pueblo no sabe dónde cae,
según tengo oído. Es un nuevo “castizo”, quiero decir de la casta política, al
que pagaremos manutención, dietas y demás por el ímprobo esfuerzo que va a
hacer. Dicen las lenguas de doble filo que va a formar dúo con uno de Psoe, un
tal Madina, para contar chistes y repartir democráticamente la sin par gracia
que no les cabe en el cuerpo. Vamos que van a ser la alegría del pueblo. ¿Un nuevo Dúo Sacapuntas? ¡Ozú que
susto!
Lo último ha sido la muerte de Di Stefano,
otro de nuestras mocedades a quien vi por primera vez en Chamartín en 1957 en
un partido del Real Madrid contra el Atlético de Madrid. Había ido con mi padre a matricularme en la Escuela
de Ingenieros que está cerca del estadio, y le hice el compromiso de ir al
futbol, aunque no era aficionado. Aquel domingo a las cuatro de la tarde sacó
entradas para el tercer anfiteatro, el más arriba del todo, y vimos el partido
a vista de pájaro. Mi padre se esforzó en subir a lo alto. Me impresionó tanta
gente. No recuerdo quien ganó, pero salí contento de haber visto a Di Stefano,
Rial, Gento y compañía. Este gran futbolista hizo que nos “hiciéramos del
Madrid” porque hasta entonces nuestro favorito era el Atlético de Bilbao de
Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza. Mucho después, una tarde de domingo entré
con mi mujer y mis hijos a una cafetería cerca del estadio y allí estaba Gento ya
algo mayor. Le presenté a mis hijos y recuerdo que dijo “Los chicos de hoy son
más altos”.
Ahora vamos con cosas de andar por casa.
Sabes que de un tiempo para acá a los setentones nos ha dado por juntarnos al
cabo de 50 años con los de nuestra época para vernos las caras. El encuentro tiene
el momento del “¿Quién es quién?”, que da paso a un pasmo colectivo al ir reconociendo
a los demás y a uno mismo. Vistas las trazas de los otros, uno se cree que
tiene el elixir de la segunda juventud, hasta que la vejiga da un aviso y hay
que tomar puerta al mingitorio próximo, en cuyo espejo uno se ve tan fané y
descangallado como los otros. Más o menos así pasó hace un par de semanas
cuando se juntaron los de la generación, ellos y ellas, menores en dos años que
la mía. Se hacen llamar “Los nevaos”, por el pelo canoso. Allí estuvo mi hermano y su esposa. Llevaron fotos de los
años 60 en blanco y negro para recordar cómo eran. Las he visto junto a las que
retrataron el momento actual, ya en color.
Las fotos antiguas de esa pandilla las hay de
chicas y chicos juntos, y otras solo de chicas o chicos, todos vestidos al uso
de la época. Ellos con traje, corbata y zapatos, y ellas con falda a la altura
de la rodilla. Un chico lleva corbata negra y un brazalete negro en la manga
izquierda de la chaqueta en señal de luto, signos ahora en desuso. En las fotos
actuales los hombres se ven de pantalón y suéter, mientras en las mujeres,
mejor conservadas que los hombres, predomina la falda aunque hay alguna con pantalón.
La diferencia es notable, no solo por el tiempo pasado, sino por las formas y
las costumbres tan distintas de las de entonces. Ahora que ya hace calor, el
uniforme masculino es pantalón corto y chancletas, y el femenino un taparrabos
y las tiras del sostén al aire, de momento. Todo sea por el “pogreso” que dice
otro.
Dentro de unos días me marcharé al campo
familiar. Si puedo me acercaré a verte algún día para hacer los ejercicios
contigo con un plato de panceta y unos vasos de vino del país.