Hace ya dos semanas que viajé a la Gran
Capital y vas a perdonar que nada te haya dicho hasta hoy por mor de una leve
indisposición visual, ya arreglada por el Oftalmólogo mutando una catarata en
un arroyuelo de aguas cristalinas. Hay que ver la
vista que quita una nubecilla.
Como adivino tu pregunta de qué se me había
perdido en la Gran Capital, te confieso que no fui para irme de picos pardos,
sino para disfrutar de la grata compañía de unos amigos fetén, “vaguadistas” de
pro, de quienes te hablé cuando el 30 aniversario celebrado el 2013 al que falté
como sabes. Prometí entonces que este año no quedaría
como un insurrecto ante los admirables colegas, así que el día 21 del mes
pasado tomé las de Villadiego, vulgo AVE, y me fui a compartir con ellos
charletas, puestas a punto, recuerdos, y arrobas de buen humor.
Tuvieron la galanura de consensuar (qué verbo
más manido) su agenda con la mía,- que es del tamaño de un post-it amarillo- lo
que es de agradecer para un provinciano full time (perenne para que me
entiendas) alejado de la meseta, que tu sabes que en provincias somos más de
pausa que de prisa y cuesta un bolo arrancar. (Me está pareciendo que no sé si
vas a entender lo que te digo porque escribo como un ejecutivo con tarjeta de
presentación, pero voy a seguir así porque, si no me entiendes te aguantas,
deja de leer tanto el Marca y a ver si sales más del pueblo y se te pega algo
de ese lenguaje top-ten de palabros tan fisnos,
para estar a la moda.)
El día de marras como digo, tomé un tren AVE
que puso ruedas en polvorosa a las primeras de cambio. Con la misma celeridad,
las mesitas de cada asiento se convirtieron en oficinas errantes llenas de
portátiles, Smartphones y fauna similar, y me dije, ¿estarán estos ejecutivos amortizando el precio del billete para
justificarse ante el jefe? En esto, una mocica tableta en mano encuestaba a
algunos viajeros. Eligió a mi vecino de asiento pero, tan quedo habló, que no capté
ni preguntas ni respuestas. Esperé mi turno con la ilusión de salir en el CIS,
pero ¡oh desengaño!, la chica me miró, pasó de largo, y caí en la cuenta de ¡era
solo para ejecutivos in y no off como yo!
El Comendador de la cita nos recomendó estar
a las 9 y media de la noche en el restaurante La Parra para cenar. El nombre
del restaurante me recordó al Cobija, el amigo que encontré este verano cobijado
a la sombra de una parra que por poco me cuenta que hasta tuvo antepasados en
el arca de Noé, de tanto como se remontó hablando. A ver, ¿por dónde iba?.
Ah, sigo. Casi con puntualidad de mesié Solal,
(un mesié desconocido para ti) los “vaguadistas” fuimos llegando a La Parra repartiendo
abrazos, besos y algún arrumaco bien intencionado. Ninguno osó soltar un “qué
bien te conservas, o qué bien te veo”, ante la clara evidencia del aspecto inmejorable
que mostrábamos que, salvo error inapreciable u omisión, el que no se consuela,
es porque… arrieros somos, que así trabucas este refrán, cada vez que se te
suelta la lengua cuando corre el vino y la panceta en el Bar Pepe.
Toma nota del nombre de los perseverantes. Empiezo
con la dama Isabel de Heredia, y sigo con José Luis Heras y su hermano Ignacio,
el menor de los Heras; Arcadio Gil, Javier Martín Martinez, Luis Sanchez,
Fernando Valero y el único que conoces, un servidor; total un número, ocho, que,
calculadora en mano, hace el 10% de los 80 de los 80, escaso porcentaje imputable
tal vez (Ozú que palabreja me ha salido, quita, quita) a los efectos de la
recesión. Echamos de menos a otros habituales: José Luis Domínguez; Javier
Sánchez y Félix Sánchez, que faltaron por alguna causa, y a Belén Juste, José
Angel Rodrigo o Joaquín Silvela que, allá ellos, no saben lo que se pierden. No
apareció Artola, el socio inseparable de Fernando Valero, ocupado quizá en
resolver alguna ecuación de segundo grado, si es que sabe.
Prometimos no hablar de La Vaguada, promesa
que duró menos de lo que tarda Cristiano en meter un gol. Así que cuando se
abrió la veda confesé mi pecado de no haberla pisado hace años, que dicen las
lenguas de doble filo que ha cambiado de look y está desconocida, seguro por obra
de algún malaje y desabrido empeñado en eliminar de nuestros currículos el
copyright “La Vaguada es nuestra”, pero harto difícil lo va a tener porque
aunque a la mona la vistan con escayola de todo a cien, siempre será mona nuestra
y bien nuestra, como nuestra es la bien ponderada amistad que nos une a los
colegas, que ya quedó grabada a martillo y cincel en unos años de nuestras
vidas.
En la mesa redonda de la cena de los siete caballeros,
-sin rey Arturo-, y la gran dama Isabel, cundió el vino, las confidencias, las
croquetas, las anécdotas, el solomillo, las fotos, etc. mientras se nos iba
poniendo cara de un contento con mayúsculas, en un rato que se pasó en un
pis-pas, o para que me entiendas en un santiamén. ¡Qué rato más corto, joé!
Antes de la pesadumbre de la despedida
alguien sugirió un poco a voleo que para el año próximo aparcáramos la cena en
la Gran Capital y volásemos al Mediterráneo para beneficiarnos unos espetos de
sardinas, unos boquerones al limón y un pescaito a la sal, allá por septiembre.
Dicho y anotado quedó para que cuando se esté acercando el 32 aniversario, avisemos
al cenachero que vaya acopiando la pesca y refrescando el vino blanco, y al
espetero que avive el fuego de leña que nosotros llegaremos cargados de fuego
amigo.
Si de aquí a la próxima me acuerdo de algún
otro pormenor de la velada, te prometo no dejarlo en el teclado. Mientras llega
la ocasión sírvete un abrazo con panceta a mi costa.