miércoles, 5 de noviembre de 2014

Carta a Robledillo 5 de noviembre de 2014

Estimado Robledillo:

Hace ya dos semanas que viajé a la Gran Capital y vas a perdonar que nada te haya dicho hasta hoy por mor de una leve indisposición visual, ya arreglada por el Oftalmólogo mutando una catarata en un arroyuelo de aguas cristalinas. Hay que ver la vista que quita una nubecilla.

Como adivino tu pregunta de qué se me había perdido en la Gran Capital, te confieso que no fui para irme de picos pardos, sino para disfrutar de la grata compañía de unos amigos fetén, “vaguadistas” de pro, de quienes te hablé cuando el 30 aniversario celebrado el 2013 al que falté como sabes. Prometí entonces que este año no quedaría como un insurrecto ante los admirables colegas, así que el día 21 del mes pasado tomé las de Villadiego, vulgo AVE, y me fui a compartir con ellos charletas, puestas a punto, recuerdos, y arrobas de buen humor.

Tuvieron la galanura de consensuar (qué verbo más manido) su agenda con la mía,- que es del tamaño de un post-it amarillo- lo que es de agradecer para un provinciano full time (perenne para que me entiendas) alejado de la meseta, que tu sabes que en provincias somos más de pausa que de prisa y cuesta un bolo arrancar. (Me está pareciendo que no sé si vas a entender lo que te digo porque escribo como un ejecutivo con tarjeta de presentación, pero voy a seguir así porque, si no me entiendes te aguantas, deja de leer tanto el Marca y a ver si sales más del pueblo y se te pega algo de ese lenguaje top-ten de palabros tan fisnos, para estar a la moda.)

El día de marras como digo, tomé un tren AVE que puso ruedas en polvorosa a las primeras de cambio. Con la misma celeridad, las mesitas de cada asiento se convirtieron en oficinas errantes llenas de portátiles, Smartphones y fauna similar, y me dije, ¿estarán estos ejecutivos  amortizando el precio del billete para justificarse ante el jefe? En esto, una mocica tableta en mano encuestaba a algunos viajeros. Eligió a mi vecino de asiento pero, tan quedo habló, que no capté ni preguntas ni respuestas. Esperé mi turno con la ilusión de salir en el CIS, pero ¡oh desengaño!, la chica me miró, pasó de largo, y caí en la cuenta de ¡era solo para ejecutivos in y no off como yo!

El Comendador de la cita nos recomendó estar a las 9 y media de la noche en el restaurante La Parra para cenar. El nombre del restaurante me recordó al Cobija, el amigo que encontré este verano cobijado a la sombra de una parra que por poco me cuenta que hasta tuvo antepasados en el arca de Noé, de tanto como se remontó hablando. A ver, ¿por dónde iba?. 

Ah, sigo. Casi con puntualidad de mesié Solal, (un mesié desconocido para ti) los “vaguadistas” fuimos llegando a La Parra repartiendo abrazos, besos y algún arrumaco bien intencionado. Ninguno osó soltar un “qué bien te conservas, o qué bien te veo”, ante la clara evidencia del aspecto inmejorable que mostrábamos que, salvo error inapreciable u omisión, el que no se consuela, es porque… arrieros somos, que así trabucas este refrán, cada vez que se te suelta la lengua cuando corre el vino y la panceta en el Bar Pepe.   

Toma nota del nombre de los perseverantes. Empiezo con la dama Isabel de Heredia, y sigo con José Luis Heras y su hermano Ignacio, el menor de los Heras; Arcadio Gil, Javier Martín Martinez, Luis Sanchez, Fernando Valero y el único que conoces, un servidor; total un número, ocho, que, calculadora en mano, hace el 10% de los 80 de los 80, escaso porcentaje imputable tal vez (Ozú que palabreja me ha salido, quita, quita) a los efectos de la recesión. Echamos de menos a otros habituales: José Luis Domínguez; Javier Sánchez y Félix Sánchez, que faltaron por alguna causa, y a Belén Juste, José Angel Rodrigo o Joaquín Silvela que, allá ellos, no saben lo que se pierden. No apareció Artola, el socio inseparable de Fernando Valero, ocupado quizá en resolver alguna ecuación de segundo grado, si es que sabe.

Prometimos no hablar de La Vaguada, promesa que duró menos de lo que tarda Cristiano en meter un gol. Así que cuando se abrió la veda confesé mi pecado de no haberla pisado hace años, que dicen las lenguas de doble filo que ha cambiado de look y está desconocida, seguro por obra de algún malaje y desabrido empeñado en eliminar de nuestros currículos el copyright “La Vaguada es nuestra”, pero harto difícil lo va a tener porque aunque a la mona la vistan con escayola de todo a cien, siempre será mona nuestra y bien nuestra, como nuestra es la bien ponderada amistad que nos une a los colegas, que ya quedó grabada a martillo y cincel en unos años de nuestras vidas.

En la mesa redonda de la cena de los siete caballeros, -sin rey Arturo-, y la gran dama Isabel, cundió el vino, las confidencias, las croquetas, las anécdotas, el solomillo, las fotos, etc. mientras se nos iba poniendo cara de un contento con mayúsculas, en un rato que se pasó en un pis-pas, o para que me entiendas en un santiamén. ¡Qué rato más corto, joé!

Antes de la pesadumbre de la despedida alguien sugirió un poco a voleo que para el año próximo aparcáramos la cena en la Gran Capital y volásemos al Mediterráneo para beneficiarnos unos espetos de sardinas, unos boquerones al limón y un pescaito a la sal, allá por septiembre. Dicho y anotado quedó para que cuando se esté acercando el 32 aniversario, avisemos al cenachero que vaya acopiando la pesca y refrescando el vino blanco, y al espetero que avive el fuego de leña que nosotros llegaremos cargados de fuego amigo.

Si de aquí a la próxima me acuerdo de algún otro pormenor de la velada, te prometo no dejarlo en el teclado. Mientras llega la ocasión sírvete un abrazo con panceta a mi costa.