Estimado
Robledillo:
Recuerdo que en
nuestras charlas donde nos contamos vicios, solo los confesables, y virtudes,
pocas pero honradas, de nuestra larga vida, una vez me referí a la Vaguada, el
Centro Comercial madrileño en cuya construcción pasé casi dos años. Hace cuatro
años te conté que se celebró el treinta aniversario de su inauguración y no
pude ir por una boda familiar. Pero cada octubre unos cuantos de los que
trabajamos en la obra, o en la comercialización, o en la gestión del negocio, solemos
reunirnos para deleitarnos recordando uno de los episodios más sonados de
nuestra profesión.
El encuentro de
este año se ha retrasado a este mes de noviembre, y lo tuvimos hace pocos días,
naturalmente en Madrid. Aproveché el viaje para “ir de médicos” y que “me viera”
el cirujano cardiólogo que me operó hace once años, y el urólogo que sabe mis
entretelas prostáticas y similares desde siempre. De modo que maté tres pájaros
de un viaje, hotel incluido.
Si el
resultado médico fue satisfactorio, siendo uno ya mayorcito, la reunión con
cena quedó de dulce, y no lo digo por el postre de los pastelillos finales.
Para empezar,
el otoño de Madrid, seco y con buena temperatura, hizo agradable la estancia, a
pesar de lo lioso que resulta desplazarse en transporte público para los que
como yo, han perdido el hábito. Primero hay que obtener una tarjeta Multi que
sirve para Metro, tren de cercanías, autobuses o metro ligero, que se recarga
según el trayecto en maquinitas táctiles. Si yo me confundo, me imagino a alguno
de nuestro pueblo hecho un lio con cara de Alfredo Landa sin saber qué camino
tomar.
Arcadio, uno
de los “vaguadistas” que vamos quedando, se encargó de fijar la cita y José
Luis Heras el restaurante y el menú. A las 9 de la noche empezamos a llegar a
La Parra, conocido de años anteriores, los Javieres, Sánchez y Martin; Luis
Sánchez; los Jose Luises, H. y Domínguez; Isabel, la única dama; Fernando V; Arcadio
Gil y yo. Para hacer apetito tomamos unas copas de vino entremezclando besos y
abrazos, saludos y mucha alegría al vernos otro año más. Confieso que lo pasé
chupi como dicen los chavales de ahora. Lástima que dure solo unas horas, y hay
que aprovecharlas para disfrutarlas en
demasía. Nos procuramos un ambiente sano y relajado fruto de la gran
camaradería que hemos conseguido entre todos, que no apagan los años y de la
que es difícil evadirse porque estamos a gusto.
La
cena fue muy sencilla: algo para picar ligerito y luego carne
o pescado al gusto de cada uno. Lo mejor la conversación diversa con muchas anécdotas,
algunas ya sabidas pero siempre oportunas de recordar. Pasaron las horas tan de
prisa que la noche se hizo corta y como no somos muy de juerga nocturna, ya
abrigados, vino la despedida en la puerta del restaurante formando el habitual
corrillo, que ninguno quiere ser el primero en romper, ansiosos de vivir los
últimos segundos de tan agradable tertulia, tan atractivos como los primeros. Pero
tuvimos que darnos los adioses.
Luis,
mi compañero de tantas horas trabajando juntos mano a mano, me llevó al hotel
en su utilitario y al día siguiente regresé en tren con la mente puesta en lo mucho
que me había divertido la noche antes con esos colegas que conocí va para treinta
y cinco años, y Dios quiera que sigamos así unos cuantos más.
Como
veras a nuestros años, la edad permite disfrutar de un pasado que pasa poco a
poco aunque unos cuantos todavía vemos cercano. Confieso que a mí me va
faltando memoria para recordar muchas cosas de aquel tiempo, te hablo de
1982-83, y estas reuniones sirven para espabilarla. A juzgar por cómo las
disfrutamos, no dudo que las mantendremos vivas año tras año.
Cuídate que a poco que te despistes,
vienen los fríos.