lunes, 13 de noviembre de 2017

Carta a Robledillo 13 de noviembre de 2017.

Estimado Robledillo:
         Recuerdo que en nuestras charlas donde nos contamos vicios, solo los confesables, y virtudes, pocas pero honradas, de nuestra larga vida, una vez me referí a la Vaguada, el Centro Comercial madrileño en cuya construcción pasé casi dos años. Hace cuatro años te conté que se celebró el treinta aniversario de su inauguración y no pude ir por una boda familiar. Pero cada octubre unos cuantos de los que trabajamos en la obra, o en la comercialización, o en la gestión del negocio, solemos reunirnos para deleitarnos recordando uno de los episodios más sonados de nuestra profesión. 
El encuentro de este año se ha retrasado a este mes de noviembre, y lo tuvimos hace pocos días, naturalmente en Madrid. Aproveché el viaje para “ir de médicos” y que “me viera” el cirujano cardiólogo que me operó hace once años, y el urólogo que sabe mis entretelas prostáticas y similares desde siempre. De modo que maté tres pájaros de un viaje, hotel incluido.  
Si el resultado médico fue satisfactorio, siendo uno ya mayorcito, la reunión con cena quedó de dulce, y no lo digo por el postre de los pastelillos finales.  
Para empezar, el otoño de Madrid, seco y con buena temperatura, hizo agradable la estancia, a pesar de lo lioso que resulta desplazarse en transporte público para los que como yo, han perdido el hábito. Primero hay que obtener una tarjeta Multi que sirve para Metro, tren de cercanías, autobuses o metro ligero, que se recarga según el trayecto en maquinitas táctiles. Si yo me confundo, me imagino a alguno de nuestro pueblo hecho un lio con cara de Alfredo Landa sin saber qué camino tomar.  
Arcadio, uno de los “vaguadistas” que vamos quedando, se encargó de fijar la cita y José Luis Heras el restaurante y el menú. A las 9 de la noche empezamos a llegar a La Parra, conocido de años anteriores, los Javieres, Sánchez y Martin; Luis Sánchez; los Jose Luises, H. y Domínguez; Isabel, la única dama; Fernando V; Arcadio Gil y yo. Para hacer apetito tomamos unas copas de vino entremezclando besos y abrazos, saludos y mucha alegría al vernos otro año más. Confieso que lo pasé chupi como dicen los chavales de ahora. Lástima que dure solo unas horas, y hay que aprovecharlas para  disfrutarlas en demasía. Nos procuramos un ambiente sano y relajado fruto de la gran camaradería que hemos conseguido entre todos, que no apagan los años y de la que es difícil evadirse porque estamos a gusto.
 La cena fue muy sencilla: algo para picar ligerito y luego carne o pescado al gusto de cada uno. Lo mejor la conversación diversa con muchas anécdotas, algunas ya sabidas pero siempre oportunas de recordar. Pasaron las horas tan de prisa que la noche se hizo corta y como no somos muy de juerga nocturna, ya abrigados, vino la despedida en la puerta del restaurante formando el habitual corrillo, que ninguno quiere ser el primero en romper, ansiosos de vivir los últimos segundos de tan agradable tertulia, tan atractivos como los primeros. Pero tuvimos que darnos los adioses.
          Luis, mi compañero de tantas horas trabajando juntos mano a mano, me llevó al hotel en su utilitario y al día siguiente regresé en tren con la mente puesta en lo mucho que me había divertido la noche antes con esos colegas que conocí va para treinta y cinco años, y Dios quiera que sigamos así unos cuantos más. 
          Como veras a nuestros años, la edad permite disfrutar de un pasado que pasa poco a poco aunque unos cuantos todavía vemos cercano. Confieso que a mí me va faltando memoria para recordar muchas cosas de aquel tiempo, te hablo de 1982-83, y estas reuniones sirven para espabilarla. A juzgar por cómo las disfrutamos, no dudo que las mantendremos vivas año tras año.  
Cuídate que a poco que te despistes, vienen los fríos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario