En la última carta que te
escribí te hablaba de la boda de un sobrino pero, como te gustan mis andanzas,
hoy te cuento mi último viaje, esta vez a Puente Genil que, sabrás, es un
pueblo de Córdoba bien dotado económicamente.
Hace quince días cogí el
portante y me fui a un Congreso de Cofradías de Jesús Nazareno que se celebraba
allí. Como conoces mi querencia a todo lo que huela a marabullos y capirotes,
no te extrañará, y más si se habla de Jesús Nazareno, que es mi patrón cofrade.
Casi nada.
Fui en plan de cofrade raso, aunque
llevaba colgada la medalla de mi cofradía para fardar. Cuando nombré el lugar
de procedencia, al oírlo, alguien soltó “¡Ah, la Pequeñica!”. La exclamación me
infló como un pavo real, y no disimulé un ligero orgullo. Me colgaron una
tarjeta con el nombre para identificarme, pero en el aire quedó flotando La
Pequeñica. ¡Bendita sea! Como allí no era lugar para Virgen, y que no me
tomaran por intruso, aclaré que pertenecía a la Cofradía del Nazareno cargado con
la Cruz de mi pueblo.
Como un congresista más, me
acomodé en el teatro donde se desarrollaron las sesiones, cogí un folio y
empecé a tomar notas sueltas con atención. Al cabo de un rato de oír a los ponentes
disertar sobre la figura del Nazareno, de las diversas formas de representar
los pasos de la Semana Santa, de cómo surgieron las procesiones, de lo que
significa para el pueblo llano esa religiosidad, o de las costumbres de cada
lugar, todo muy documentado, empecé a pensar en el déficit de cultura cofrade
que tengo. Aprendí que la Semana Santa es algo más que llevar la túnica y el
capirote el Viernes Santo. Fíjate que la víspera estuve tentado a no ir, lo que
me hubiera perdido. Tú dirás que soy un vehemente empedernido de este tema, me llamarás
“exagerao”, pero es que entre tú y yo hay una diferencia: Mi Semana Santa es el
recuerdo de algo inaudito que pasó hace veintiún siglos, algo que cambió la
historia; tu Semana Santa es más cómo suena la música, el arte de los tronos e
imágenes, o el ambiente de la calle. A tu idea le falta enjundia, también a la
mía, lo sé y lo reconozco. Me queda el buen sabor de que los dos creemos en la
misma esencia.
El programa incluía la visita a
iglesias sedes de las cofradías locales. En ellas nos explicaron su historia;
admiramos las Imágenes de hermandades; cantó un coro de hombres; se rezó el
Ángelus; y finalmente subimos al Santuario de Nuestro Padre Jesús Nazareno, que
es el Patrón de Puente Genil y Alcalde Perpetuo. ¡Qué diferencia, entre este
pueblo y el mío! Pensé en esa Imagen, Patrón y Alcalde Perpetuo de este pueblo,
y en el mío, que no hay manera de tener una simple calle dedicada a Jesús
Nazareno, y eso que el Ayuntamiento la aprobó hace años. El recorrido fue una
lección de arte sacro bien aprovechado
La caminata abrió el apetito a más de uno. Sirvieron la
comida en un gran local propiedad de la cofradía anfitriona, en cuyas paredes
no cabía un alfiler con tantos cuadros de pinturas y fotos de sus recuerdos. En
la mesa estuve rodeado de cofrades de diversos sitios de España, entre ellos un
joven matrimonio de Cuenca. Las charlas giraron sobre tradiciones locales en
Semana Santa. Yo hablé con el de Cuenca del vocabulario del pueblo: nombré las
palabras marabullo y manola, algo que le era extraño: pero tomó nota. Él destacó
la Música Religiosa en la Semana Santa conquense, conocida internacionalmente. El
primer plato fue un cuenco de cocido con garbanzos y el segundo fue una carne de solomillo de
cerdo, apto para mantener en forma el colesterol, como a ti te gusta. Si llega
a ser Viernes Santo hubiéramos tenido que ir derechos al confesionario a rezar
el Confiteor Deo y el Mea culpa.
Luego nos llevaron a una exposición de
Arte Cofrade donde vimos enseres, túnicas, pinturas, fotografías, títulos,
patentes, y otros bienes de la Hermandad del Nazareno. ¡Qué riqueza!
Aquella noche di muchas vueltas en la
cama. Soñé con Nazarenos por todas partes, unos con mejor pinta que otros, no
sé si por efectos del cocido o por lo mucho que lo mencionaron. El caso es que
salí satisfecho por lo aprendido y por el buen recuerdo.
En la próxima ocasión, si es que llego a
tiempo, te avisaré por si quieres acompañarme, porque merece la pena y por si
hay lugar a darle gusto a tu colesterol.
Cuando me contestes cuéntame cómo lleva tu nieto su primer noviazgo. Hasta otra.