Con más retraso del que acostumbras, me respondes sorprendido de no haber recibido la
carta en que te pedía alivio para mi irritación por no poder ir al 30 aniversario de la Vaguada al coincidir con la boda de
un sobrino.
Todo tiene su
explicación. La carta, que a lo mejor iba sin sello, cayó por arte de
birlibirloque en manos de un señor fino de galanura, -virtud hoy devaluada- que
me ha escrito confesando su regomello por haber invadido sin querer nuestra
intimidad, pues la carta, asegura, le llegó violada
cual moza virtuosa, que las de ahora son harina de otro costal. El hombre recaba perdón y por mi parte ya lo tiene, en
cuantía de siete veces y no setenta como mandó nuestro Señor Jesucristo, que Él
es santo de nacimiento y uno es pecador de cuna.
El señor se firma
“Antonio, el menor del Ramblas”,
dejando al albur de mis entendederas si “menor” es por ser el benjamín
familiar, o es apellido venido a menos, y por eso la minúscula. Yo teorizo que será
un nominativo corriente allá donde pose sus reales, pero hasta más conocimiento
y confianza tiro por la calle de enmedio y le llamaré “Antonio M. Ramblas”,
como Dios manda, so riesgo de caer en igual sofoco de aquel viajante de antaño
que llegó al pueblo preguntando al del fielato que dónde vivía Don Caldo de
Patatas, cosa que dejó al consumero cavilando, hasta que cayó en la cuenta que
se refería a “Cardo papas”, el mote del paisano buscado.
Tengo para mí que el
mentado señor es persona leída por su aprecio en la prosa que utiliza, ajena a
la verborrea infestada de anglicismos tan en boga, que hasta la Real Academia
de la Lengua, -la de “fija y da esplendor” de antes- admite sin freno barbarismos
importados por cultiparlantes de chichinabo, que van a dejar al rico
castellano, o español, más “escuchimizao” que la raspa de una sardina arenque.
Pero no hace falta ser
“anglicismemo” para soltar frases de locutor remendón. Mira qué ejemplo más
sabroso oído a un futbolero endomingado: Encomió la “gobernanza” del entrenador
de un equipo con el “argumentario” de que el tikitaka es una filosofía. ¡Qué
exageración! y yo creído que no es más que un modo de jugar al futbol.
Por contra mi amiga
Pilarín que, al cabo de los años, me ha visto en foto con los nietos, ha soltado
en corto y por derecho un “Te veo bastante "pelao", siendo que los
amigos más devotos dicen, “¡Oye!, ¿te está creciendo la frente?”. Pero Pilarín es
de las de antes y el arrejuntarse un maromo y una moza es amancebamiento, cosa
que las revistas del corazón disfrazan hablando de “relación”, que si es
poco duradera llaman “romance” para disimular lo que es un vulgar ligue.
Como el susodicho “Antonio M. Ramblas” no se dejó el remite en el
tintero, hace días le hice llegar mi perdón por su pecadillo, pues la
indulgencia que reclama ya la tiene ganada por su celo en confesar su
“golismeo”, y no quiero vivir con la pesadumbre de ser quien le escatime ganar
el purgatorio.
Cuídate, paisano.
Amigo Pepe:
ResponderEliminarVuelvo a dirigirme a ti y tomo carrerilla para decirte que no es el mismo caso que diose la vez anterior. Lo que ocurre es que paseando una tarde por “el Pueblo”, en rústica silla de anea sentado, encontré al Sr Robledo –que es como en verdad le gusta que le llamen; al menos, y según parece, los que aún no han entrado en el sacrosanto círculo de su íntima amistad–, el cual saludome con un “¿dónde vas por aquí, Ramblillas? –que, quieras tú que no quieras, el diminutivo digo, cuando uno no peina canas ni na de na porque la frente se ha extendido más allá de lo que la buena crianza debiera tener como aceptable y le da por pensar cosas la mar de impertinentes, es como un soplo de aire fresco que se agradece desde el fondo del alma–.
Hablamos largo rato y me entregó tu carta, que me hizo leer.
Me ha extrañado tu confusión por cuanto a mi firma se refiere. Así es como en este bendito pueblo se me ha conocido, y ello por ser hijo de Antonio Rubio el Ramblas y de Eloísa Fernández la del Ramblas, y, claro, ser el cabo tripa, lo que confirma el “Ramblillas” del saludo del Sr. Robledo, el cual, comentando este “despiste” tuyo, mascullaba entre dientes: “¡Estos jóvenes de ahora!
Comentamos también, y en referencia a tu apreciación sobre el “habla” de los locutores de radio y televisión, la cantidad ingente de tonterías que estos individuos sueltan a lo largo del día, aunque esto del fútbol se lleva la palma, que se dijo.
Hace unos meses, y viene al caso, una locutora entrevistaba a un chaval enfundado en un traje espacial –a mí me lo parecía– que practicaba no sé qué nueva modalidad de deporte, de la que entre el uno y la otra dieron cumplida explicación, que a un servidor, y Dios me perdone, no le sirvió de nada, lo que habrá que achacar al “vivo” interés que en mí despertaron los dos acólitos y el novedoso deporte. Pero llegó el clímax –y aquí sí que puse los ojos como platos y las orejas tiesas en la dirección adecuada– de la mentada entrevista. Dispuesta la locutora a dejar clara la profundidad y trascendencia del nuevo tejemaneje, dio en plantear al susodicho: “¿No es cierto que el (y aquí el nombre del invento) más que un deporte es una religión?”
Tengo que confesar que aquí quedé “suspensivo”, pero no así el “ínclito”, que con emoción y sentimiento –estaba pa verlo– dio tan cumplida respuesta a esta profunda reflexión, que aquel día se tambalearon los cimientos del Olimpo.
Ya ves, las cosas son así, y, qué quieres, entre carrileros, medias puntas y falsos nueves –que deben ser ochos o dieces– van pasando los días y con los días…
El Sr. Robledo me ha invitado a pasar algún que otro rato de charla este verano, que se presenta abrasador. Dice –y no es una amenaza– que comentaremos tus cartas para hacerte llegar nuestras disquisiciones.
Saludos de
Antonio, el menor del Ramblas