lunes, 26 de julio de 2010

CAMINO

En este 2010, se celebra el segundo Año Jacobeo del siglo XXI.

Por encima de su carácter cultural o turístico, está la dimensión espiritual de la peregrinación a Santiago de Compostela, pues, al igual que Roma y Jerusalén, hunde sus raíces en la Palabra de Dios.

Santiago el Mayor, hermano de Juan, hijos de Zebedeo, fue uno de los apóstoles más activos de Jesucristo. Antes de su martirio en Jerusalén, se sabe que “predicó en los confines de la tierra”. San Isidoro de Sevilla atestigua que “predicó en Hispania”, y en el 786, en los códices que figuran en el monasterio de Liébana, se elogia a Santiago por haber anunciado el Evangelio en España.

El descubrimiento del sepulcro del Apóstol se remonta al 820, cuando el obispo de Iría Flavia, Teodomiro, lo situó en el lugar que acabaría llamándose Compostela, “campo de estrellas”. Desde entonces las peregrinaciones de muchos visitantes a este lugar fueron en aumento. Mucho después, en 1884, León XIII, en la bula Deus Omnipotens, dio por finalizado el proceso de autentificación de las reliquias, concluyendo que para la Cristiandad la peregrinación a Santiago es tan importante como las Jerusalén y Roma.

El Camino es una forma de superarse para ir más allá, para subir más alto, y escapar de la rutina. Si atendemos la cita Evangélica “Yo soy el Camino, la Verdad, y la Vida”, la peregrinación a Santiago haciendo el Camino y visitar la tumba del Apóstol, ayuda a recordar el destino universal del Evangelio, y es el instrumento imprescindible para alcanzar los otras dos pilares, la Verdad y la Vida.

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