jueves, 1 de diciembre de 2011

Carta a Robledillo 1 de Diciembre de 2011.

Estimado Robledillo:

He perdido la cuenta de la última vez que te escribí, pero un encuentro con mis compañeros de carrera, me ha recordado que te debía carta. Ha pasado mucho tiempo, tal vez más de un año, desde mi última misiva y no me lo perdono, pero sé que no me lo tendrás en cuenta porque tú, hombre de pueblo y cabal donde los haya, sabes que para los que vivimos en la Ciudad Medio Grande el tiempo pasa sin darnos cuenta. No vayas a tomarte a mal lo de decirte hombre de pueblo, porque yo también lo soy.

Aquí me falta la tranquilidad del pueblo, sobre todo por las mañanas recordando como sale el sol, o los ¡buenos días! de los paisanos que van al Bar a tomarse un carajillo, y hasta el ruido del tractor de Serafín que va a labrar el campo. La Ciudad Medio Grande vive muy atareada en medio del bullicio de la gente y del ruido de los coches. Yo sigo dando mis paseos mañaneros, aunque llevo unos días que me duele el pie izquierdo y camino más despacio y ando menos. La edad resiente los huesos, amigo.

Te decía que he tenido un encuentro con los compañeros de carrera, a los que hacía muchos años que no veía. Ha sido en la Gran Ciudad, donde la gente va siempre con prisa a ninguna parte. Cuando se pisa la Gran Ciudad después de meses sin aparecer por allí, se le pone a uno cara de cateto y de “despistao”, o así me lo parece. Verás por qué te cuento esto. Cuando andaba cerca del lugar de la cita vi cuatro o cinco hombres que me parecieron “colegas”, los seguí hasta que los alcancé y empecé a saludar. Uno de ellos, efusivamente, dijo ¡Hola! Cuánto tiempo… etc. ¡Qué, a la comida! ¿Eh? ¡Claro, hace años que no nos vemos, y así! Nos metimos en un restaurante y al entrar dudé del sitio porque no me parecía el lugar donde estaba citado. Me colé sin querer donde nadie me había llamado, aunque saludé a un montón de gente que no había visto en mi vida, y cuando pude me escapé para que no se me notara mucho lo de cateto y despistado.

Cuando di con mis compañeros, lo de siempre, no había manera de relacionar caras con nombres o viceversa. ¡Cuántos años sin vernos! Nos juntamos unos setenta, unos calvos, otros con el pelo canoso, y la mayoría ya pasaba de los setenta. Me encontré mas familiarizado con uno que se llama Angel, pero que en los tiempos de estudiante le decíamos “cristalitos” porque se pasaba el tiempo cabreado y le decíamos que “parecía que tenía cristales en el estómago”. Eché de menos a Rogelio que le decíamos “ebanista” por sus apellidos que son Sillero Mesa. A mí me llamaban Harry porque decían que me parecía a un cantante negrito americano llamado Harry Belafonte por las entradas en la cabeza, que ya empezaba a tener.

En fin, eran los años de estudiante donde todo valía. Otro día te contaré más, y espero no tardar tanto tiempo en escribirte.

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