Estimado Robledillo:
Hay que ver la que liamos los españoles porque el Rey se ha ido a pegar tiros a África. No me vayas a decir eso de que “con la que está cayendo”, -que vaya frasecita más desacreditada- porque tú no eres tan papanatas como los loritos que repiten frases a la moda.
Mira, la gente de “este país”, nombre progre de España, tenemos un defecto más antiguo que el arca de Noé. Confundimos lo principal con lo secundario, la paja con el grano, la apariencia con la sustancia. Quien dijera que somos un país de porteras y de chismorreo, tenía razón. Mientras perdemos el tiempo en criticar maliciosamente al Rey o en pedir su abdicación, va la Cristina Kirchner y, por la cara, nos vacía el depósito de Repsol, una empresa española puntera y nos deja con dos palmos de narices. ¿Y qué han hecho nuestros aliados de Europa o de Estados Unidos? Esconderse para evitar compromisos porque les damos pena.
Menos mal que el Rey ha pedido disculpas (tampoco sé muy bien porqué) ya que con lo a gusto que se nos dan los linchamientos, no me hubiera extrañado que los de la tricolor, puño en alto, siguieran erre que erre en que abdicara o que diera paso a la Tercera República, sin cavilar en el formidable lio en que nos íbamos a meter. No sé a ti, pero a mí me cabrea que estos resabiados sigan cobrando de lo que me retiene Hacienda de la pensión.
Los tertulianos que pueblan la radio, la tele y los periódicos, o como le oí a un amigo, los “neo sabelotodo de chichi nabo”, han estado prestos a machacar al Jefe del Estado, cuando “este país” alias España, lo que más necesita es consolidar su economía y su prestigio. Pocos han dicho, para que la gente se entere, que el viaje a África era una invitación de los dos interlocutores que inclinaron la balanza a favor de la opción española del proyecto del AVE de La Meca a Medina, en el que la intervención del Rey fue decisiva para que se adjudicara a un consorcio español, en el que están Talgo, ACS, OHL o Indra, un contrato de unos 7.000 millones de euros nada menos. Para que te aclares y por si te sirve de algo, ese es el precio del elefante cazado.
A lo mejor a este Rey tan denostado el Gobierno le encarga que se de un paseo por Buenos Aires para afearle a Cristina Kirchner su poca delicadeza para muchos españoles que tienen unas cuantas acciones en Repsol para ganar unos euros, aunque lo veo difícil.
Por cierto, no sé si has oído que Repsol ha ampliado la refinería que tiene en Cartagena donde ha invertido más de 3.000 millones de euros. Eso son las noticias que me saben a gloria leer, no solo porque aumenta su producción de petróleo y crea puestos de trabajo, sino porque yo soy más de industria que de servicios. Menos mal que no lo ha hecho en Argentina.
Bueno ya sabes dónde estoy para lo que gustes.
jueves, 19 de abril de 2012
jueves, 15 de marzo de 2012
Carta a Robledillo 15 de marzo de 2012
Estimado Robledillo:
Cuando el telediario daba la noticia de que la niña de Baeza que denunció a sus padres por no dejarla salir de noche había huido del centro de menores de la Junta de Andalucia, me acordé de las veces que hemos hablamos sobre la familia actual. Luego oí que la Guardia Civil la había encontrado, y en la misma radio le hicieron una entrevista al padre y se notaba el hombre con una sensación de alivio porque “el angelito” había aparecido.
La alegría de padre me recordó la parábola del Hijo Prodigo, y aunque no seas muy de evangelios, supongo que sabes a qué me refiero. El hijo que se fue de casa, se gastó sus ahorros en juergas, y harto de la buena vida y sin un céntimo volvió a casa donde el padre lo recibió con regocijo, hizo una fiesta en su honor y le perdonó su huida. El padre de Baeza está contento por saber que su hija –la denunciante- está bien, pero la ley le impide abrazarla. ¡Qué triste! Menudo papanatas el que se inventara esa ley. Sería un “progre” amargado y resentido que no sabe cómo funciona una familia y cómo reaccionan un padre o una madre ante cualquier eventualidad de sus hijos. Tampoco creo que supiera lo del Hijo Prodigo.
Tal como hablamos alguna vez, los padres de una buena familia nunca van a engañar a sus hijos. Y los hijos han de fiarse de los padres y tienen que ser conscientes que les desearán lo mejor o lo más conveniente. Así me lo inculcaron desde pequeño en la escuela y en mi familia. Ahora los modos educativos han cambiado, creo que a peor, pero los hijos deben saber que los padres son sus mejores fiadores para lo bueno y para lo malo, aunque tengan que oír un no en alguna ocasión, como la niña de Baeza.
Y tú dirás, pero ¿los padres de ahora educan bien a sus hijos? Pues me pillas en un renuncio como decimos por aquí, pero si te soy sincero te diría que no. La vida actual no es como la nuestra. Como ambos trabajan y solo viven con los niños un par de horas al día, sin querer, se les crea mala conciencia y en el poco rato que están con ellos son incapaces de negarles nada. Como tampoco se fían del ambiente que les rodea, los protegen demasiado y apenas los contrarían. Así que salen respondones y en el peor de los casos denuncian a sus padres como la chavala de Baeza.
Y ¿hay solución? Creo que cambiar el horario de trabajo ayudaría. La jornada laboral debería terminar a las 6 de la tarde, y así los papás y las mamás podrían estar con sus hijos más tiempo. Pero como la familia la tienen olvidada los políticos, veo difícil que se haga. Una pena.
Bueno te dejo que ya me he enrollado mucho. Saludos
Cuando el telediario daba la noticia de que la niña de Baeza que denunció a sus padres por no dejarla salir de noche había huido del centro de menores de la Junta de Andalucia, me acordé de las veces que hemos hablamos sobre la familia actual. Luego oí que la Guardia Civil la había encontrado, y en la misma radio le hicieron una entrevista al padre y se notaba el hombre con una sensación de alivio porque “el angelito” había aparecido.
La alegría de padre me recordó la parábola del Hijo Prodigo, y aunque no seas muy de evangelios, supongo que sabes a qué me refiero. El hijo que se fue de casa, se gastó sus ahorros en juergas, y harto de la buena vida y sin un céntimo volvió a casa donde el padre lo recibió con regocijo, hizo una fiesta en su honor y le perdonó su huida. El padre de Baeza está contento por saber que su hija –la denunciante- está bien, pero la ley le impide abrazarla. ¡Qué triste! Menudo papanatas el que se inventara esa ley. Sería un “progre” amargado y resentido que no sabe cómo funciona una familia y cómo reaccionan un padre o una madre ante cualquier eventualidad de sus hijos. Tampoco creo que supiera lo del Hijo Prodigo.
Tal como hablamos alguna vez, los padres de una buena familia nunca van a engañar a sus hijos. Y los hijos han de fiarse de los padres y tienen que ser conscientes que les desearán lo mejor o lo más conveniente. Así me lo inculcaron desde pequeño en la escuela y en mi familia. Ahora los modos educativos han cambiado, creo que a peor, pero los hijos deben saber que los padres son sus mejores fiadores para lo bueno y para lo malo, aunque tengan que oír un no en alguna ocasión, como la niña de Baeza.
Y tú dirás, pero ¿los padres de ahora educan bien a sus hijos? Pues me pillas en un renuncio como decimos por aquí, pero si te soy sincero te diría que no. La vida actual no es como la nuestra. Como ambos trabajan y solo viven con los niños un par de horas al día, sin querer, se les crea mala conciencia y en el poco rato que están con ellos son incapaces de negarles nada. Como tampoco se fían del ambiente que les rodea, los protegen demasiado y apenas los contrarían. Así que salen respondones y en el peor de los casos denuncian a sus padres como la chavala de Baeza.
Y ¿hay solución? Creo que cambiar el horario de trabajo ayudaría. La jornada laboral debería terminar a las 6 de la tarde, y así los papás y las mamás podrían estar con sus hijos más tiempo. Pero como la familia la tienen olvidada los políticos, veo difícil que se haga. Una pena.
Bueno te dejo que ya me he enrollado mucho. Saludos
martes, 7 de febrero de 2012
Carta a Robledillo 7 de febrero de 2012
Estimado Robledillo:
Recibí hace días tu carta contándome las últimas noticias del pueblo y la charla con tu sobrino Juan Andrés, el estudiante de Ingeniería Industrial.
Me dices que el Ayuntamiento anda ya metido en el Carnaval y que va a dar dinero para arreglar los desperfectos de la Iglesia parroquial con cargo a los presupuestos del cuatrienio 2012-2015. Como sé que tú eres más del Ayuntamiento que de la Iglesia, eso lo das por hecho pero yo, que soy al revés que tú, creo lo contrario. Seguro que el Ayuntamiento ha pagado ya algo a las peñas del Carnaval, pero lo del arreglo de la Iglesia tendrá que esperar. Está muy bien airearlo, pero ¿cuánto dinero dará?, y ¿para qué año lo prevé ese pomposo Plan Cuatrienal 2012-2015? Y a propósito a ver si te rascas un poco el bolsillo y das algo que te haces mucho de rogar. Ya sabes que hay una cuenta bancaria abierta en pro de la restauración de la iglesia.
Lo de tu sobrino me ha recordado mis primeros tiempos en la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid, por lo que refieres de su profesor que, según parece, le ha dicho que para un ingeniero es tan importante aprobar todas las asignaturas como saber bailar bien un vals. Leído así no sé qué decir, pero voy a contarte algo que yo viví.
Sería el año 1960 o 1961 y en la Escuela de Madrid, donde yo estudié, había un profesor que era Catedrático de Calculo Diferencial y de Cálculo Integral (o sea matemáticas a lo bestia para que me entiendas), en dos libros del que era autor. Se llamaba don Pedro Puig Adam. Tenía pinta de honorable, muy correcto, y era un señor muy sosegado, cuya sola presencia imponía. Antes de empezar el primer examen escrito de la asignatura que nos hizo a los principiantes como yo en una sala enorme, se subió en la base de la máquina que está en medio de la sala y dijo: “Señores para ser ingeniero primero hay que ser caballero; con esto quiero decir que aquel a quien se le pille copiando no será un caballero, y por tanto no podrá ser Ingeniero”. Con semejante sentencia no hizo falta más advertencias, y todos nos dedicamos a la tarea del examen. Entonces, además de aprender la técnica, desde el primer momento se nos iba concienciando en la profesionalidad y en el esfuerzo, cosas algo “raras” hoy en los tiempos que corren como se ve por lo de tu sobrino.
El vals, el tango, o el pasodoble lo aprendíamos en las tardes de los domingos bailando con las chicas en las discotecas hasta las 10 de la noche que cerraban, y había que irse a casita.
O sea que también nos divertíamos y lo pasábamos bien. Me despido deseándote que disfrutes del Carnaval con tu Ayuntamiento
Recibí hace días tu carta contándome las últimas noticias del pueblo y la charla con tu sobrino Juan Andrés, el estudiante de Ingeniería Industrial.
Me dices que el Ayuntamiento anda ya metido en el Carnaval y que va a dar dinero para arreglar los desperfectos de la Iglesia parroquial con cargo a los presupuestos del cuatrienio 2012-2015. Como sé que tú eres más del Ayuntamiento que de la Iglesia, eso lo das por hecho pero yo, que soy al revés que tú, creo lo contrario. Seguro que el Ayuntamiento ha pagado ya algo a las peñas del Carnaval, pero lo del arreglo de la Iglesia tendrá que esperar. Está muy bien airearlo, pero ¿cuánto dinero dará?, y ¿para qué año lo prevé ese pomposo Plan Cuatrienal 2012-2015? Y a propósito a ver si te rascas un poco el bolsillo y das algo que te haces mucho de rogar. Ya sabes que hay una cuenta bancaria abierta en pro de la restauración de la iglesia.
Lo de tu sobrino me ha recordado mis primeros tiempos en la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid, por lo que refieres de su profesor que, según parece, le ha dicho que para un ingeniero es tan importante aprobar todas las asignaturas como saber bailar bien un vals. Leído así no sé qué decir, pero voy a contarte algo que yo viví.
Sería el año 1960 o 1961 y en la Escuela de Madrid, donde yo estudié, había un profesor que era Catedrático de Calculo Diferencial y de Cálculo Integral (o sea matemáticas a lo bestia para que me entiendas), en dos libros del que era autor. Se llamaba don Pedro Puig Adam. Tenía pinta de honorable, muy correcto, y era un señor muy sosegado, cuya sola presencia imponía. Antes de empezar el primer examen escrito de la asignatura que nos hizo a los principiantes como yo en una sala enorme, se subió en la base de la máquina que está en medio de la sala y dijo: “Señores para ser ingeniero primero hay que ser caballero; con esto quiero decir que aquel a quien se le pille copiando no será un caballero, y por tanto no podrá ser Ingeniero”. Con semejante sentencia no hizo falta más advertencias, y todos nos dedicamos a la tarea del examen. Entonces, además de aprender la técnica, desde el primer momento se nos iba concienciando en la profesionalidad y en el esfuerzo, cosas algo “raras” hoy en los tiempos que corren como se ve por lo de tu sobrino.
El vals, el tango, o el pasodoble lo aprendíamos en las tardes de los domingos bailando con las chicas en las discotecas hasta las 10 de la noche que cerraban, y había que irse a casita.
O sea que también nos divertíamos y lo pasábamos bien. Me despido deseándote que disfrutes del Carnaval con tu Ayuntamiento
sábado, 7 de enero de 2012
Carta a Robledillo 6 de enero de 2012
Estimado Robledillo:
En mi última carta te decía que el día de matanza en mi casa yo madrugaba. Había otro día del año que también madrugaba: era el día de Reyes. También de casado madrugábamos con los hijos rebuscando en cada rincón de la casa los regalos que traían Melchor, Gaspar y Baltasar, y que mi mujer y yo, la noche antes, habíamos escondido o disimulado en los sitios más extraños del salón y del pasillo.
La Noche de Reyes siempre quedará en la memoria. ¿Te acuerdas cuando la víspera bajaban del barrio Alto del pueblo las mujeres gitanas con aquellas cesticas hechas de cartón que llamaban “de los Santos Reyes”, adornadas con papelillos de colores llamativos que las llevaban colgadas de una caña para vender a nuestras madres por un par de reales? Alguna vez los Reyes me trajeron una de aquellas cesticas con caramelos, un trozo de morcilla o de pan de higo, y un camión de madera para jugar en el patio de la casa. ¡Eran tiempos de escasez que se compensaban con un regalo mejor: disfrutar de la ilusión que teníamos cuando todavía nadie nos había revelado el misterio de los reyes magos!
También recordarás cuando, aún con pantalón corto, íbamos a la tienda de Adolfo y al bazar de Justo y nos dedicábamos a atar los flecos de los mantones de las mujeres que hacían sus compras distraídas, para reírnos cuando una de ellas se marchaba y se llevaba arrastrando la ristra de mantones de las demás. ¡Qué sofoco pasaban algunas! Por entonces ya tuve como regalo de reyes una bicicleta que llamaban de cadete, de dos ruedas, y unos años después me pusieron una bicicleta grande y la otra la heredó mi hermano.
Los tiempos han cambiado. Ya no hay camiones de madera ni caballos de cartón. Supongo que tus nietos pedirán ropa o calzado de marca, una Nintendo o una muñeca que hace pis. Digo los tuyos porque los míos aun son muy pequeños, pero todo se andará. Espero que la aparición del gordo Papa Noel no afecte a esa referencia de nuestra niñez que es la fiesta de los Reyes Magos, arraigada en los hijos e intentando que los nietos crezcan con la misma ilusión.
En fin seguiré otro día. Voy a mirar si Gaspar me ha traído unos calcetines que le he pedido.
En mi última carta te decía que el día de matanza en mi casa yo madrugaba. Había otro día del año que también madrugaba: era el día de Reyes. También de casado madrugábamos con los hijos rebuscando en cada rincón de la casa los regalos que traían Melchor, Gaspar y Baltasar, y que mi mujer y yo, la noche antes, habíamos escondido o disimulado en los sitios más extraños del salón y del pasillo.
La Noche de Reyes siempre quedará en la memoria. ¿Te acuerdas cuando la víspera bajaban del barrio Alto del pueblo las mujeres gitanas con aquellas cesticas hechas de cartón que llamaban “de los Santos Reyes”, adornadas con papelillos de colores llamativos que las llevaban colgadas de una caña para vender a nuestras madres por un par de reales? Alguna vez los Reyes me trajeron una de aquellas cesticas con caramelos, un trozo de morcilla o de pan de higo, y un camión de madera para jugar en el patio de la casa. ¡Eran tiempos de escasez que se compensaban con un regalo mejor: disfrutar de la ilusión que teníamos cuando todavía nadie nos había revelado el misterio de los reyes magos!
También recordarás cuando, aún con pantalón corto, íbamos a la tienda de Adolfo y al bazar de Justo y nos dedicábamos a atar los flecos de los mantones de las mujeres que hacían sus compras distraídas, para reírnos cuando una de ellas se marchaba y se llevaba arrastrando la ristra de mantones de las demás. ¡Qué sofoco pasaban algunas! Por entonces ya tuve como regalo de reyes una bicicleta que llamaban de cadete, de dos ruedas, y unos años después me pusieron una bicicleta grande y la otra la heredó mi hermano.
Los tiempos han cambiado. Ya no hay camiones de madera ni caballos de cartón. Supongo que tus nietos pedirán ropa o calzado de marca, una Nintendo o una muñeca que hace pis. Digo los tuyos porque los míos aun son muy pequeños, pero todo se andará. Espero que la aparición del gordo Papa Noel no afecte a esa referencia de nuestra niñez que es la fiesta de los Reyes Magos, arraigada en los hijos e intentando que los nietos crezcan con la misma ilusión.
En fin seguiré otro día. Voy a mirar si Gaspar me ha traído unos calcetines que le he pedido.
jueves, 22 de diciembre de 2011
Carta a Robledillo 22 de diciembre de 2011
Estimado Robledillo:
En puertas de la Navidad me apresuro a felicitarte y espero que lo pases bien con toda la familia. Cuídate mucho de comer los “mantecaos serenaos”, que hacen Andrés y la Leo en el horno del pueblo con manteca de cerdo, que luego vienen los ardores y hay que ir al médico del Seguro a que recete alka seltzer.
La otra noche viendo un anuncio de colonias por la televisión me acordé de que ya habrás hecho la matanza. Tú dirás que qué tiene que ver una colonia con un cerdo chillón camino del otro barrio, pero es que yo tampoco lo sé. A lo mejor es que después del anuncio de la colonia vino otro de jamones. El caso es que pensé en decirte que guardaras un poco de morcilla por si me acerco un día por ahí y nos la tomamos con un vaso de vino del país, pero creo que no iré.
Hace mucho tiempo que no veo una matanza, pero no se me olvidan las que hacían en mi casa cuando entraba el frio, como ahora, siendo yo pequeño. Me daba miedo estar cerca de cerdo porque es un bicho gruñón al que yo llamaba “el nones” no sé porqué. De mis miedos se valían mis tías amenazándome con hacer venir al “nones” si no me portaba bien, que nunca fui un santo.
Entonces al cerdo se le mataba bien temprano y yo madrugaba porque no quería perderme el espectáculo y de paso hacía como que ayudaba. Verás. Cuando al pobre animal lo tenían tumbado pasaban una cuerda por debajo de la mesa, digamos de operaciones, que tenía atada a una de sus patas delanteras y yo me ponía en la parte de atrás tirando de la cuerda. A veces le tiraba del rabo para más seguridad.
El día de la matanza no iba a la escuela, por eso me gustaba, y luego venían mis tíos y mis primos a comer migas con tajás. Era una fiesta medio familiar. De eso hace ni se sabe los años, fíjate que ya he cumplido 44 años de casado y entonces mi mujer ni había nacido.
Bueno pues lo dicho, feliz navidad y que te toque la lotería.
En puertas de la Navidad me apresuro a felicitarte y espero que lo pases bien con toda la familia. Cuídate mucho de comer los “mantecaos serenaos”, que hacen Andrés y la Leo en el horno del pueblo con manteca de cerdo, que luego vienen los ardores y hay que ir al médico del Seguro a que recete alka seltzer.
La otra noche viendo un anuncio de colonias por la televisión me acordé de que ya habrás hecho la matanza. Tú dirás que qué tiene que ver una colonia con un cerdo chillón camino del otro barrio, pero es que yo tampoco lo sé. A lo mejor es que después del anuncio de la colonia vino otro de jamones. El caso es que pensé en decirte que guardaras un poco de morcilla por si me acerco un día por ahí y nos la tomamos con un vaso de vino del país, pero creo que no iré.
Hace mucho tiempo que no veo una matanza, pero no se me olvidan las que hacían en mi casa cuando entraba el frio, como ahora, siendo yo pequeño. Me daba miedo estar cerca de cerdo porque es un bicho gruñón al que yo llamaba “el nones” no sé porqué. De mis miedos se valían mis tías amenazándome con hacer venir al “nones” si no me portaba bien, que nunca fui un santo.
Entonces al cerdo se le mataba bien temprano y yo madrugaba porque no quería perderme el espectáculo y de paso hacía como que ayudaba. Verás. Cuando al pobre animal lo tenían tumbado pasaban una cuerda por debajo de la mesa, digamos de operaciones, que tenía atada a una de sus patas delanteras y yo me ponía en la parte de atrás tirando de la cuerda. A veces le tiraba del rabo para más seguridad.
El día de la matanza no iba a la escuela, por eso me gustaba, y luego venían mis tíos y mis primos a comer migas con tajás. Era una fiesta medio familiar. De eso hace ni se sabe los años, fíjate que ya he cumplido 44 años de casado y entonces mi mujer ni había nacido.
Bueno pues lo dicho, feliz navidad y que te toque la lotería.
jueves, 1 de diciembre de 2011
Carta a Robledillo 1 de Diciembre de 2011.
Estimado Robledillo:
He perdido la cuenta de la última vez que te escribí, pero un encuentro con mis compañeros de carrera, me ha recordado que te debía carta. Ha pasado mucho tiempo, tal vez más de un año, desde mi última misiva y no me lo perdono, pero sé que no me lo tendrás en cuenta porque tú, hombre de pueblo y cabal donde los haya, sabes que para los que vivimos en la Ciudad Medio Grande el tiempo pasa sin darnos cuenta. No vayas a tomarte a mal lo de decirte hombre de pueblo, porque yo también lo soy.
Aquí me falta la tranquilidad del pueblo, sobre todo por las mañanas recordando como sale el sol, o los ¡buenos días! de los paisanos que van al Bar a tomarse un carajillo, y hasta el ruido del tractor de Serafín que va a labrar el campo. La Ciudad Medio Grande vive muy atareada en medio del bullicio de la gente y del ruido de los coches. Yo sigo dando mis paseos mañaneros, aunque llevo unos días que me duele el pie izquierdo y camino más despacio y ando menos. La edad resiente los huesos, amigo.
Te decía que he tenido un encuentro con los compañeros de carrera, a los que hacía muchos años que no veía. Ha sido en la Gran Ciudad, donde la gente va siempre con prisa a ninguna parte. Cuando se pisa la Gran Ciudad después de meses sin aparecer por allí, se le pone a uno cara de cateto y de “despistao”, o así me lo parece. Verás por qué te cuento esto. Cuando andaba cerca del lugar de la cita vi cuatro o cinco hombres que me parecieron “colegas”, los seguí hasta que los alcancé y empecé a saludar. Uno de ellos, efusivamente, dijo ¡Hola! Cuánto tiempo… etc. ¡Qué, a la comida! ¿Eh? ¡Claro, hace años que no nos vemos, y así! Nos metimos en un restaurante y al entrar dudé del sitio porque no me parecía el lugar donde estaba citado. Me colé sin querer donde nadie me había llamado, aunque saludé a un montón de gente que no había visto en mi vida, y cuando pude me escapé para que no se me notara mucho lo de cateto y despistado.
Cuando di con mis compañeros, lo de siempre, no había manera de relacionar caras con nombres o viceversa. ¡Cuántos años sin vernos! Nos juntamos unos setenta, unos calvos, otros con el pelo canoso, y la mayoría ya pasaba de los setenta. Me encontré mas familiarizado con uno que se llama Angel, pero que en los tiempos de estudiante le decíamos “cristalitos” porque se pasaba el tiempo cabreado y le decíamos que “parecía que tenía cristales en el estómago”. Eché de menos a Rogelio que le decíamos “ebanista” por sus apellidos que son Sillero Mesa. A mí me llamaban Harry porque decían que me parecía a un cantante negrito americano llamado Harry Belafonte por las entradas en la cabeza, que ya empezaba a tener.
En fin, eran los años de estudiante donde todo valía. Otro día te contaré más, y espero no tardar tanto tiempo en escribirte.
He perdido la cuenta de la última vez que te escribí, pero un encuentro con mis compañeros de carrera, me ha recordado que te debía carta. Ha pasado mucho tiempo, tal vez más de un año, desde mi última misiva y no me lo perdono, pero sé que no me lo tendrás en cuenta porque tú, hombre de pueblo y cabal donde los haya, sabes que para los que vivimos en la Ciudad Medio Grande el tiempo pasa sin darnos cuenta. No vayas a tomarte a mal lo de decirte hombre de pueblo, porque yo también lo soy.
Aquí me falta la tranquilidad del pueblo, sobre todo por las mañanas recordando como sale el sol, o los ¡buenos días! de los paisanos que van al Bar a tomarse un carajillo, y hasta el ruido del tractor de Serafín que va a labrar el campo. La Ciudad Medio Grande vive muy atareada en medio del bullicio de la gente y del ruido de los coches. Yo sigo dando mis paseos mañaneros, aunque llevo unos días que me duele el pie izquierdo y camino más despacio y ando menos. La edad resiente los huesos, amigo.
Te decía que he tenido un encuentro con los compañeros de carrera, a los que hacía muchos años que no veía. Ha sido en la Gran Ciudad, donde la gente va siempre con prisa a ninguna parte. Cuando se pisa la Gran Ciudad después de meses sin aparecer por allí, se le pone a uno cara de cateto y de “despistao”, o así me lo parece. Verás por qué te cuento esto. Cuando andaba cerca del lugar de la cita vi cuatro o cinco hombres que me parecieron “colegas”, los seguí hasta que los alcancé y empecé a saludar. Uno de ellos, efusivamente, dijo ¡Hola! Cuánto tiempo… etc. ¡Qué, a la comida! ¿Eh? ¡Claro, hace años que no nos vemos, y así! Nos metimos en un restaurante y al entrar dudé del sitio porque no me parecía el lugar donde estaba citado. Me colé sin querer donde nadie me había llamado, aunque saludé a un montón de gente que no había visto en mi vida, y cuando pude me escapé para que no se me notara mucho lo de cateto y despistado.
Cuando di con mis compañeros, lo de siempre, no había manera de relacionar caras con nombres o viceversa. ¡Cuántos años sin vernos! Nos juntamos unos setenta, unos calvos, otros con el pelo canoso, y la mayoría ya pasaba de los setenta. Me encontré mas familiarizado con uno que se llama Angel, pero que en los tiempos de estudiante le decíamos “cristalitos” porque se pasaba el tiempo cabreado y le decíamos que “parecía que tenía cristales en el estómago”. Eché de menos a Rogelio que le decíamos “ebanista” por sus apellidos que son Sillero Mesa. A mí me llamaban Harry porque decían que me parecía a un cantante negrito americano llamado Harry Belafonte por las entradas en la cabeza, que ya empezaba a tener.
En fin, eran los años de estudiante donde todo valía. Otro día te contaré más, y espero no tardar tanto tiempo en escribirte.
miércoles, 16 de noviembre de 2011
GRIÑAN Y LA LACTANCIA.
Una madre que da de mamar a su bebé practica una forma de canibalismo, según Griñán.
Para quien no lo sepa José Antonio Griñán es el Presidente de la Junta de Andalucia. El diario El País escribe (Sevilla 11-11-2011) que este señor «en un encuentro con colectivos de mujeres advirtió de una las derivadas de la catástrofe económica: el de la "ridiculización" de los avances en materia de igualdad y del "retroceso en la conciencia ciudadana" de la igualdad efectiva entre hombres y mujeres. ¿En qué se nota? En que vuelve a ponerse el acento en el "papel reproductivo de la mujer", creando en las mujeres una "mala conciencia", por ejemplo, para que opten por la lactancia materna de los hijos, algo que él describió como una forma de "canibalismo”.»
Caníbal es el animal que come carne de los de su propia especie, y Griñán es el presidente que ridiculiza a las mamás que dan la teta a sus hijos pequeños. Todo un ejemplo del personaje que está al frente de una de las Instituciones del Estado que, aunque sea la Junta de Andalucía, no se lo merece.
Desde que el mundo es mundo la lactancia materna ha sido el alimento ideal recomendado para el crecimiento y desarrollo de los niños. Esto lo saben todos los pediatras y cualquier mamá, sea o no primeriza, para quien cuidar a su bebé está por encima de todo. Pero hay más: La Organización Mundial de la Salud y Unicef dicen que es imprescindible la lactancia materna exclusiva durante los seis meses del recién nacido; es recomendable mantenerla al menos el primer año; e incluso durante dos años o más hasta que el niño o la madre decidan.
Las mujeres no tienen complejos a la hora de amamantar a sus hijos por ser algo completamente natural, y para ellas la lactancia es un acto de amor unido a la maternidad. Si Griñán entendiera esto estaría del lado de las mujeres-mamás y jamás hubiera insinuado que la lactancia es una forma de “canibalismo”. Pero no: Él tiene un objetivo más progresista sobre la familia: su aniquilación, y por eso siente desprecio por todo lo que a ella le concierne.
Si con esa ocurrencia Griñán ha pretendido defender la ideología del feminismo de conveniencia, mejor hubiera sido estarse callado porque en este asunto necedades las menos posibles, y ésta es de sobresaliente. Ha metido la pata y ha conseguido ofender a padres y madres con hijos lactantes a los que, por cierto, la Junta de Andalucia poca ayuda les ofrece. Una Institución del Estado no debería estar en manos de un individuo de mente tan opaca. En este caso lo está, y así le va a Andalucía.
Para quien no lo sepa José Antonio Griñán es el Presidente de la Junta de Andalucia. El diario El País escribe (Sevilla 11-11-2011) que este señor «en un encuentro con colectivos de mujeres advirtió de una las derivadas de la catástrofe económica: el de la "ridiculización" de los avances en materia de igualdad y del "retroceso en la conciencia ciudadana" de la igualdad efectiva entre hombres y mujeres. ¿En qué se nota? En que vuelve a ponerse el acento en el "papel reproductivo de la mujer", creando en las mujeres una "mala conciencia", por ejemplo, para que opten por la lactancia materna de los hijos, algo que él describió como una forma de "canibalismo”.»
Caníbal es el animal que come carne de los de su propia especie, y Griñán es el presidente que ridiculiza a las mamás que dan la teta a sus hijos pequeños. Todo un ejemplo del personaje que está al frente de una de las Instituciones del Estado que, aunque sea la Junta de Andalucía, no se lo merece.
Desde que el mundo es mundo la lactancia materna ha sido el alimento ideal recomendado para el crecimiento y desarrollo de los niños. Esto lo saben todos los pediatras y cualquier mamá, sea o no primeriza, para quien cuidar a su bebé está por encima de todo. Pero hay más: La Organización Mundial de la Salud y Unicef dicen que es imprescindible la lactancia materna exclusiva durante los seis meses del recién nacido; es recomendable mantenerla al menos el primer año; e incluso durante dos años o más hasta que el niño o la madre decidan.
Las mujeres no tienen complejos a la hora de amamantar a sus hijos por ser algo completamente natural, y para ellas la lactancia es un acto de amor unido a la maternidad. Si Griñán entendiera esto estaría del lado de las mujeres-mamás y jamás hubiera insinuado que la lactancia es una forma de “canibalismo”. Pero no: Él tiene un objetivo más progresista sobre la familia: su aniquilación, y por eso siente desprecio por todo lo que a ella le concierne.
Si con esa ocurrencia Griñán ha pretendido defender la ideología del feminismo de conveniencia, mejor hubiera sido estarse callado porque en este asunto necedades las menos posibles, y ésta es de sobresaliente. Ha metido la pata y ha conseguido ofender a padres y madres con hijos lactantes a los que, por cierto, la Junta de Andalucia poca ayuda les ofrece. Una Institución del Estado no debería estar en manos de un individuo de mente tan opaca. En este caso lo está, y así le va a Andalucía.
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